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Publican un libro sobre Antonio ‘Rufina’, ‘El último campesino del Valle del Genal’

El cronista oficial de Benalauría, José Antonio Castillo, recoge las experiencias, recuerdos, sabiduría e impresiones de este vecino que a sus 90 años sigue dedicando su vida al campo

Antonio García ha dedicado sus 90 años de vida al campo y a la agricultura.

El último campesino. Conversaciones con Antonio García Vázquez, ‘Rufina’. Bajo este título el cronista oficial de Benalauría, José Antonio Castillo Rodríguez, ha dado vida a un libro que recoge las experiencias, recuerdos, sabiduría e impresiones de Antonio ‘Rufina’, un conocido vecino que ha dedicado, y a sus 90 años sigue dedicando, su vida al campo.

Según explicó Castillo, “se trata de un libro pequeño, sencillo y sin pretensiones en el que, más que hablar de la vida de Antonio, se incide en lo que ha sido toda su dedicación campesina primero en las laderas del Guadiaro y de los fondos de vaguada, donde nació, y después en el entorno de Benalauría”.

Hace unas semanas tuvo lugar la presentación del libro en el municipio y, desde el Ayuntamiento de Benalauría, se ha indicado que en la programación de actividades para las fiestas navideñas se incluirá la proyección de un pequeño reportaje audiovisual dedicado a Antonio ‘Rufina’ en el que también participa José Antonio Castillo.

El propio cronista de Benalauría escribió hace unos años:  “Apenas despunta el día y las sierras a levante se tiñen de rosa y azul, Antonio sube raudo la cuesta de la panadería, saluda con su voz sabia y antigua a algún viandante en la Plazoleta, y con paso firme se encamina a tomar el café a casa de su hermana, apenas unos minutos, pues hay mucho trabajo por hacer: quemar las últimas podas del castañar, vigilar si los cerezos están en flor, proteger las almácigas, echar de comer a los bichos, y más tarde bajar a por  las últimas naranjas que subirá en su mula, en una perfecta carga en cajas o serones, acunadas  con mimo, frescas, limpísimas y contagiadas de azahar. Atrás quedaron los afanes de cuando el otoño e invierno, la difícil recogida de la castaña y el transporte hasta la Cooperativa de Pujerra, las cortas de leña y de los chopos de la huerta de La Estación, el acopio de las aceitunas que habrían de molerse en las almazaras de Ronda.

Sobre ese horizonte de trabajo sin fin, Antonio apura los últimos retazos de su vigor campesino, ahora necesariamente redoblado desde que se fuera Francisco, su alma gemela en las penosas tareas del campo. Nunca se queja del trabajo, antes bien, lo desarrolla con actitud apacible, casi sonriente, como queriendo significar que aquello es ley de vida, la necesaria identidad del hombre con la tierra, porque como él mismo gusta decir “todo, todito sale del campo…y si el campo se acaba, veremos a ver lo que va a pasar, porque si Dios no lo remedia ya te digo que el campo se termina y entonces…”

Tal vez se lamente del clima, de ese “tiempo tan contrario que tenemos, hombre”, pero que “en eso sí que no podemos intervenir”, como gusta afirmar mirando dubitativo al cielo, cuando éste convierte el azul en costumbre y nos niega las lluvias. Cuando éstas regresan, su rostro, ajado y esculpido a cincel por vientos, nieblas y sofocos, se torna en sonrisa, y sus manos de sarmiento y su alma honorable se abren al maná que precipita de las nubes y colma los veneros que surtirán sus manantiales y albercas.

Otras veces, cuando se le dice que se recupera el encinar de La Dehesa de Siete Pilas o del Cerro, y que en la tierra que fue baldío renace la arboleda, dictamina con sapiencia: “Sí, pero tengo dicho que hay que ir a cortar los renuevos, que así la encina se agranda y se hace útil, si no se convierte en una chaparra y termina todo por quemarse.”


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