La radiación solar se dispersa en el espacio en todas direcciones, pero de forma más o menos intensa según épocas, e irregularmente, dependiendo de la zona convectiva de nuestra estrella orientada en uno o en otro sentido en derredor del astro Rey. Sentido que además varía con el tiempo (para un mismo y determinado fenómeno de eclosión), ya que el globo solar gira sobre sí mismo a razón de una vuelta cada 25 días (en las zonas ecuatoriales del mismo), barriendo con sus emisiones radiantes, durante ese tiempo, todo el espacio circundante. De forma que nuestro planeta (la Tierra) se puede ver expuesto en menor o mayor medida a estos fenómenos o «clima solar», con efectos muy variados, de los que los más espectaculares son las llamadas auroras.
Auroras polares en latitudes infrecuentes
Las auroras son un fenómeno astronómico-meteorológico que se produce por interacción de partículas del viento solar, eléctricamente cargadas, con los átomos de las altas capas de la atmósfera terrestre, produciendo como nubes luminiscentes (fundamentalmente verdes o rojas). Tienen lugar cuando el viento solar es más intenso, y son visibles en las zonas polares, porque hacia allí son dirigidas dichas partículas por el campo magnético de nuestro planeta. Y son visibles durante las prolongadas noches de las regiones próximas a los polos, aunque en ocasiones muy particulares pueden llegar a observarse en zonas intermedias entre los polos y el ecuador, como la que pudo verse en España en 1938 (en plena Guerra Civil). Las del Hemisferio Norte se llaman auroras boreales, y las del Sur, auroras australes.
Y es que, cuando el Sol pasa por un periodo de intensa actividad, se originan eyecciones muy violentas, provocando que los anillos aurorales alrededor de los polos puedan extenderse hacia latitudes incluso cercanas al Ecuador que, aunque raras, tenemos de ellas registros bien documentados, como veremos en el párrafo siguiente.
Una aurora boreal en España en plena Guerra Civil
Se han observado auroras en latitudes tan tropicales como puedan ser Hawái, en septiembre de 1859, o en Singapur en 1909 de las que, si bien no tenemos referencias haber sido observadas en España, probablemente fuese por falta de registros o pérdida de los mismos. Y ya más recientemente (el 20 de noviembre de 2003) pudo observarse en gran parte de Europa (incluida España) otra aurora boreal. Y es que en latitudes como la nuestra las auroras son muy raras (como mucho se dan dos o tres de ellas en un siglo.
Pero nos vamos a referir ahora a la que, como hemos apuntado en el párrafo anterior, tuvo lugar durante la Guerra Civil Española: En efecto, en el año 1938 pudo observarse en España una llamativa aurora que tiñó de rojo nuestros cielos desde el norte hasta el sur de la Península Ibérica, sembrando el terror entre sus habitantes, ajenos a tal fenómeno, y acentuado por el hecho de estar inmersos en una guerra civil llena de sobresaltos inimaginables por parte de uno y otro bandos. Así, en numerosos cuarteles y campamentos, sus respectivos centinelas no dudaron en dar la voz de «alerta» a sus superiores, entre temerosos y despavoridos.
Fue en la noche del 25 al 26 de enero, fundamentalmente rojiza, y alcanzó su máximo entre las 8 de la tarde-noche y las 3 de la madrugada. Siendo los testimonios muy numerosos:
«…en Barcelona, después de un día de intenso bombardeo, la moral de las tropas se vino abajo». El ABC recogía la noticia en Madrid, «… donde se pensó en un primer momento que ardían los montes de El Pardo». El Padre Luís Rodés, director del Observatorio del Ebro, describía el fenómeno al día siguiente como «… un gigantesco abanico abierto hacia el cielo». Incluso hubo quienes lo calificaron de apariciones marianas. O pensando otros, que hasta los cielos se enfurecían por las barbaries de la guerra.
Una aurora boreal en España en esta primavera
En la tarde del viernes 10 de mayo pasado, quien suscribe este artículo observó unos extraordinarios arreboles desde la ciudad de Ronda (Málaga), que le llamaron poderosamente la atención, a pesar de estar muy habituado a observar este tipo de fenómenos atmosféricos desde el campo y la ciudad, a lo largo de su vida. Y es que tenían una muy especial tonalidad rojo púrpura, hasta el punto de que no dudó en fotografiarlos y enviar las imágenes a un grupo de aficionados a la Astronomía a que pertenece, acompañadas de un comentario en el que ponía de manifiesto que aquello «… no tenía nada que envidiar a las auroras boreales».
No sabemos si fue premonitorio, o tal vez tenía algo que ver con las auroras en realidad, pues lo cierto es que pocas horas después (en la noche, y madrugada del día siguiente) se observaron auroras boreales en casi todo el territorio peninsular, balear e incluso canario, de las que tenemos numerosos testimonios en Internet, y de profesionales y aficionados a la Astronomía, curiosos o simplemente personas sorprendidas por el inusual espectáculo. Tal vez los rayos de sol que producían aquellos arreboles ya venían filtrados (coloreados) por atravesar una zona de la alta atmósfera, fuertemente ionizada por la radiación solar.
Dichas auroras fueron registradas igualmente en otros muchos lugares del mundo (al menos del Hemisferio Norte) tales como Texas o Florida, en Estados Unidos, donde incluso provocaron ligeras interferencias en las telecomunicaciones.
Todo ello era casi previsible debido a la excepcional actividad solar observada desde días antes por distintos observatorios. Lo más raro aun es que se hayan producido las auroras en época próxima al verano boreal, cuando estos fenómenos son mucho menos frecuentes (o casi inexistentes en el Hemisferio Norte), debido a su mayor exposición a la luz solar.