Lo que antes fue un festival musical donde competían artistas que cantaban acompañados de música orquestada, es ahora indicativo de la decadencia más sórdida de la sociedad enferma que padecemos.
Una colección de adefesios de carnaval que a falta de talento encarnan el ridículo disfrazado de Chucky, el muñeco diabólico o colgado de cuerdas, suspendidos en el aire o ataviados de la señorita pepis, porque son “no binarios”, ósea, el esperpéntico ideal de moda de los que afirman no encajar en identidad sexual alguna.
Una Eurovisión mercantilizada y capitaneada por ideologías de colectivos auto mártires que reclaman desde la exhibición más patética no sé qué derechos. Difusión y propaganda de la fealdad, la decadencia y la fata de gusto, vitoreado el evento por guetos gays, trans, no binarios, pansexuales y la abuela de Badajoz…
Fumados todos hasta el culo y con una empanada mental de cojones.
Y por qué en vez de joderla desde los escenarios no alquilan un bus y se van a Gaza, Qatar o Líbano y luchan desde allí por la causa que defienden. De seguro que Hamás o la OLP dará buena cuenta de ellos.
¡La que nos ha tocado vivir!