El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer que conmemora la lucha de la mujer por su participación, en igualdad de condiciones con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona. El lema de la ONU para este año es “Financiar los derechos de las mujeres: acelerar la igualdad”. En esta ocasión, nuestra asociación astronómica homenajea a la astrofísica norirlandesa Jocelyn Bell Burnell, la mujer que descubrió los púlsares, considerándose uno de los descubrimientos astronómicos más relevantes del sigo XX, ya que ha permitido contrastar la teoría de la Evolución Estelar.
Jocelyn Bell, apasionada por la jardinería y la poesía, nació en Belfast (Irlanda del Norte) en 1943. Desde muy joven se sintió atraída por el mundo de la astronomía. Su padre era arquitecto y ayudó a la renovación y ampliación del Observatorio de Armagh. Tenía una amplia biblioteca con numerosos libros relacionados con la astronomía que cautivó a la joven Jocelyn. En 1965 se graduó en Física en la Universidad de Glasgow y obtuvo un doctorado de la Universidad de Cambridge. Jocelyn ha padecido lo que se conoce el “síndrome del impostor” que consiste en creer que uno no vale lo suficiente, que no es suficientemente inteligente y que se ha demostrado que es muy común en mujeres científicas. Su perseverancia y el apoyo de sus padres la llevaron a superar los obstáculos impuestos y perseguir una carrera donde la presencia de mujeres era prácticamente nula, hasta convertirse en una de las primeras catedráticas de Física de Gran Bretaña e implicarse de forma activa en la lucha contra la desigualdad.
¿Qué son los púlsares?
Son estrellas de neutrones en rápida rotación con un diámetro de 20 a 30 km. Estos objetos son extraordinariamente pequeños y su densidad es tan elevada que una cucharita de materia de un púlsar podría pesar ¡cientos de millones de toneladas! La estrellas de neutrones son objetos tremendamente compactos, formado casi exclusivamente por neutrones y que corresponde al estado final de una estrella supergigante tras haber explotado como supernova. A medida que rota la estrella emite una radiación en forma de haz no sólo en las frecuencias de radio sino, en algunos casos, también en luz visible. Si la Tierra está situada en la dirección del haz de este “faro cósmico”, se ve un destello o pulso en cada rotación. Los períodos de los pulsos pueden variar desde pocas milésimas de segundo, con una regularidad mayor que la de los relojes atómicos, hasta varios segundos.
Se han descubierto más de 3.000 púlsares, cada uno de los cuales tiene una frecuencia de pulsación característica, este hecho sirvió a Frank Drake, un pionero en la búsqueda de inteligencia extraterrestre, para confeccionar mapas que mostraban la localización del Sistema Solar con relación a 14 púlsares y que fueron enviados a bordo de las naves Pioneer y Voyager en sus viajes hacia las estrellas.
El año que cambió la vida de J. Bell
El descubrimiento del primer púlsar, conocido como PSR B1919 +21 en la constelación de Vulpecula, fue muy polémico. La historia comenzó en 1967 cuando el astrónomo británico Anthony Hewish diseñó un curioso radiotelescopio, compuesto de 2.048 postes con alambres en una superficie de algo más de una hectárea, para detectar y señalar en un mapa del cielo las radiofuentes casi estelares (cuásares) y de esta forma distinguirlas de las interferencias terrestres. Hewish encomendó la tediosa tarea de analizar los datos grabados en cientos de metros de cinta a Jocelyn Bell, una joven de 24 años, estudiante de postgrado.
En octubre de 1967, ella detectó unas misteriosas señales procedentes de una zona del cielo entre la estrella Vega de la Lira y Altair del Águila, las cuales recordaba haber visto dos meses antes y que bautizó como “parásitos”. Aunque le indicaron que se podría tratar de interferencias de origen humano, ella insistió y logró una buena grabación en los que mostraba una ráfaga de impulsos separados entre sí por periodos de tiempos exactos. Hewish y Bell se vieron atrapados en la paradoja que los impulsos eran extraterrestres pero parecían artificiales. Y empezó a circular la fascinante pregunta ¿serían extraterrestres inteligentes intentando comunicarse con nosotros?
Hace 50 años
La misteriosa señal fue bautizada como LGM (“Little Green Men”,”Hombrecitos Verdes”), pero la teoría extraterrestre se desvaneció al descubrir Bell en diciembre un nuevo púlsar y en febrero de 1968 dos más tras analizar ¡5 kilómetros! de cinta. Estudios posteriores confirmaron la procedencia, de las señales, de una fuente cósmica natural, publicándose la noticia del hallazgo del primer púlsar. Y saltó la gran polémica, en 1974 se otorgó el Premio Nobel de Física a Anthony Hewish, por su decisiva actuación en el descubrimiento de los púlsares, y a Martin Ryle, otro de los radiastrónomos que integraban el equipo, olvidándose de Jocelyn Bell porque su papel en el descubrimiento no merecía una participación en el premio. Muchos científicos relevantes criticaron duramente la omisión de Jocelyn Bell, incluido el prestigioso astrónomo Sir Fred Hoyle. A pesar del tiempo transcurrido la polémica ha continuado abierta y Jocelyn Bell ha recibido numerosos premios en reconocimiento a su gran labor y aportación a la Astronomía. En el año 2015, a propuesta de la comisión “Mujeres y Ciencia” del CSIC recibió la Medalla de Oro de la mayor institución científica española.