El proceso de canonización de Fray Leopoldo de Alpandeire, el fraile limosnero que fue beatificado el 12 de septiembre de 2010 en Armilla (Granada), sigue abierto a la espera de que alguno de los favores o gracias que los fieles trasladan a los monjes capuchinos continuamente pueda ser trasladado al Vaticano para ser analizado como posible milagro.
Así lo ha explicado el vicepostulador de la causa, Fray Alfonso Ramírez Peralbo, que ha cifrado en alrededor de una treintena los favores o gracias que los fieles pueden comunicar cada mes bien de forma oral o escrita, a través de cartas o de forma telemática. «Llegan casi todos los días» y muchas veces se lo cuentan personalmente a las puertas de la iglesia de la Divina Pastora, donde, el pasado 9 de febrero, miles depersonas volvieron a acudir a honrar al beato en el aniversario de su mueJe, este año el 68.
Ha explicado que algunos refieren dolores físicos que al día siguiente desaparecen tras visitar el templo, o los casos de biopsias que no dan resultados negativos para el paciente tras periodos de oración prolongados, asuntos todos que hasta el momento no llegan a tener entidad para ser examinados como posibles milagros ni derivados al Vaticano.
La Santa Sede sólo llegó a analizar un caso documentado por los frailes capuchinos de Granada en 2011 en el marco de la causa, una vez que finalizó el proceso de beatificación, que continuó automáticamente hacia la canonización una vez fue beatificado Fray Leopoldo.
Este caso fue rechazado por el Vaticano, datando en 2008, cuando, según la normativa eclesiástica, en el caso de los beatos el milagro debe haberse producido después del proceso de beatificación y no antes. El vicepostulador recibió en aquel momento, a finales de marzo de 2011, la noticia «como un jarro de agua fría», en tanto ya anticipó en aquel momento que prolongaría mucho en el tiempo el momento de la canonización.
Fray Alfonso Ramírez Peralbo recuerda ahora el caso reciente de un vecino proveniente del norte de Europa, luterano, que, agobiado con un tema relacionado con el cáncer, «ha pedido» y el asunto «no ha ido a más». Igualmente, no ha sido derivado al Vaticano.
Leopoldo de Alpandeire fue beatificado en un acto que tuvo Iugar en la Base Aérea de Armilla al que asistieron más de 60.000 personas. Culminaba así un proceso iniciado décadas atrás, y que tuvo como consecuencia primera que la Iglesia instituyera el 9 de febrero, fecha de su muerte, como el día del beato.
AI altar habilitado para la ceremonia acudieron alrededor de 150 religiosos, entre ellos el que era arzobispo titular de Sila y prefecto de la Congregación para la Causas de los Santos, Angelo Amato, y el hoy arzobispo emérito de Granada, Francisco Javier Martínez, con el entonces cardenal arzobispo emérito de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, y el que era prefecto de la Congregación del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, monseñor Antonio Cañizares, entre otros.
Nacido en el pueblo de la Serranía de Ronda de Alpandeire el 24 de junio de 1864, Francisco Tomás, Fray Leopoldo, se dedicó en su niñez a cuidar un pequeño rebaño de ovejas y cabras y a arar la tierra, y años más tarde, el 16 de noviembre de 1899, tomó el hábito de los capuchinos en Sevilla, donde continúo trabajando en el huerto de los frailes.
En el otoño de 1903 se trasladó a Granada y desde un principio desempeñó el oficio de hortelano, con estancias alternativas en los conventos de esta ciudad, Sevilla y Antequera. En 1914 regresó para quedarse definitivamente a Granada.
De limosnero, recorrió los pueblos de Andalucía Oriental y en ocasiones llegó a ser insultado y apedreado, aunque su devoción, especialmente por la Virgen, no cesaba. De hecho, cuando alguien le pedía un favor, siempre instaba al peticionario a rezar tres Ave Marías.
Tres años antes de su muerte cayó rodando por unas escaleras y sufrió fractura de fémur, y, tras una convalecencia hospitalaria, consiguió volver a caminar con ayuda de dos bastones y continuar con su vida contemplativa, pero ya en el convento. Fray Leopoldo falleció en la mañana del 9 de febrero de 1956, y multitud de fieles acudieron al convento a darle su último adiós.
Desde entonces, cada año miles de devotos visitan la cripta en la que descansan sus restos, junto a los Jardines del Triunfo, en Granada capital.