Opinión

El clima climático (uno más)

Menuda semana. Ocho de julio y en Ronda solo sube el termómetro a 24 ºC, ¿me habrá escuchado alguien allí arriba y me envía una ayudita para explicar esto del cambio del clima climático?

Pedro Enrique Santos Buendía reflexiona sobre la situación en la que está actualmente Ronda.

Menuda semana. Ocho de julio y en Ronda solo sube el termómetro a 24 ºC, ¿me habrá escuchado alguien allí arriba y me envía una ayudita para explicar esto del cambio del clima climático? No creo, pero me ha gustado que los del “tiempo” no hayan podido asustarnos un poco más con las expresiones alarmistas a que nos tienen acostumbrados.

También semana de alarmas, de falsas alarmas. En Tafalla acaban de sufrir unas terribles inundaciones con la pérdida lamentable de alguna vida y, por lo que cuentan sus autoridades locales, nadie les avisó. Parece que los encargados de las alarmas no encontraron el color rojo antes de la desgracia. Tanto infundir miedo y a la hora de la verdad no aciertan. Terrible.

En español son numerosos los refranes que hablan de la temperie y casi todos son bastante acertados. Nuestros ancestros, que no tenían televisión ni estaban aferrados a las “redes” y vivían con bastantes limitaciones, tenían gran preocupación por la meteorología. Lógico, vivían fundamentalmente del campo y en el campo y necesitaban conocer cómo se comportarían los duendes atmosféricos para acertar con las labores agrícolas y saber dónde implantar sus casas, en ello les iba la vida. Observaban año tras año lo que sucedía y sacaban conclusiones que iban transmitiéndose generación tras generación, los refranes fueron su gran medio. Ya que no había técnicas científicas ni instrumentos desarrollados para descubrir los arcanos de estos fenómenos se agarraban a la experiencia, ya se sabe: la madre de todas las ciencias.

No necesitaban una caja tonta, ni a los gesticuladores personajes de fácil palabrería que adornan el mapa de España con colorines y muñequitos, para asustarse con lo que pronosticaban les caería encima. De lo que había ocurrido el año anterior deducían, con bastante puntería, como se comportaría el siguiente y lo plasmaban en esos refranes. Vivían preocupados pero no en continua congoja como hoy día pretenden hacer los poderes fácticos y las fuerzas sombrías.

Se sabía, de sobra, que en invierno haría frío, llovería o nevaría, los días grises abundarían y que habría que acumular provisiones y recursos para seguir calentitos y con fuerzas ante los imprevisibles desastres de la temperie.

También era costumbre salir de casa lo menos posible desde el almuerzo hasta media tarde en verano, cerrar contraventanas y tapaluces para que el sol y sus calores se quedasen fuera y abrir todo lo abrible de noche para aprovechar las frescuras nocturnas.

Estas cosas se iban aprendiendo desde pequeños y, aunque las tormentas siempre resultaban terroríficas, no se vivía con la opresión de los terribles cataclismos meteorológicos capaces de acabar con miles de especies vivas en un pispás. No se tenían las barcas amarradas a la puerta porque el deshielo generalizado iba a hacer subir el mar un metro o más en pocos días.

Hoy están de moda las alarmas, para todo y por todo. Ya no hay normalidad, estamos sumidos en la convulsión continua. Nos anuncian ola de calor tras ola de más calor, tanto que sudamos incluso bajo la ducha de agua fría. Nieblas que nos van a dejar ciegos, lluvias como nunca cayeron, vientos y tornados a placer, ultravioletas perforantes y sequías seculares. Resulta descorazonador ponerse a organizar un viaje, aun cortito. Las reservas de hoteles se anulan a mansalva tras oir el pronóstico nocturno. Un día tras otro nos aconsejan que no cojamos el coche porque nos alcanzará la tragedia. Esto es un sinvivir.

Se han impuesto las alarmas (y su nivel de acierto es muy inferior al de los refranes, a pesar de tantísimos adelantos). Nuestras autoridades muy preocupadas, no por nosotros que debía ser lo esperado sino para evitar posibles reclamaciones por sus imprevisiones, las lanzan a las ondas con delectación.

Desde el verde al rojo, pasando por amarillo y naranja, el mapa se llena de colores que llegan a superponerse entre sí. El mapa político, no el geográfico como debería ser, con las regiones enteras o cuando menos las provincias al completo tornándose rojoanaranjadas, con lo que se asimilan montañas con llanuras, valles con mesetas, playas con ríos, todo mezclado en un pandemónium generalista a la moda.

Los mapas alarmistas aparecen en todos los noticieros y en programas especializados. Se trata de que la población entontizada por los “medios” siga las consigas a pie firme. Se empieza por la meteorología y se termina con…

Ha desaparecido lo habitual, todo se vuelve extraordinario y, parece, que para siempre. Nos acostamos temiendo que el amanecer no ocurra por la mañana. Basta comprobar que cuando se espera que todo transcurra con absoluta calma nos ponen el verde: la Alarma Verde, que así se llama. Alarma hasta cuando no existe motivo alguno para alarmarse.

Es más, como a veces los termómetros no alcanzan los extremos de escándalo esperados, las fuerzas ocultas han puesto de moda la Sensación Térmica, término agradabilísimo a los meteorólogos de pacotilla de la pequeña pantalla. Esa expresión permite aumentar o disminuir varios grados la temperatura real a sentimiento, para acongojar más. Incluso se habla de la temperatura al sol, aberración científica inaceptable. Todavía me acuerdo de cuando en verano algunos freían huevos en las barandas del oscuro hierro fundido del Puente de Triana, ¿era esa la temperatura ambiente?

También han proliferado los postes publicitarios con termómetro encerrado en una caja metálica bien oscura que aterroriza a los viandantes con temperaturas imposibles. Magnífica programación de nuestros poderes fácticos y sombríos: hacernos cada vez más dependientes e incapaces de actuaciones libres e individuales conseguirá masas crédulas y obedientes, por incultas y acríticas.

Por otro lado, como es habitual en los regímenes dictatoriales, se señala un culpable cómodo que desvía la atención de los verdaderos actores para agrupar a todo el mundo en la lucha común, lo que enriquecerá y aumentará el poder de los dirigentes populistas conchabados con aquellos. Las masas aculturalizadas se encauzan con mucha facilidad piropeándolas como capaces de cualquier prodigio, sobre todo si se empieza desde los primeros años y se les hace creer que tienen poderes reservados a los dioses.

Son múltiples, numerosas y populares las manifestaciones contra el cambio climático que reúnen desde colegiales en camino de adoctrinación a colectivos de lo más variopinto ya convencidos y endiosados. Les hacen creerse superiores al Sol y sus energías, a la Tierra y sus movimientos, al agua, sus vapores y cambios de estado, a los vientos y volcanes, a casi todo. Y lo gritan.

El fin es luchar contra la llamada carbonización, el malvado CO2 o anhídrido carbónico de origen antrópico que se ha lanzado a convertirnos en un cálido desierto por puro vicio. Es el único culpable, El Culpable, de la desaparición de innúmeras especies, de la subida del nivel del mar, de la destrucción de los corales, de los cánceres de piel, del deshielo de los Polos y el hambre de los osos polares, de que cada vez haya más calvos o de los asesinatos bajo la Luna llena, y de cualquier otro disparate.

Así se desvían las miradas de las grandes instalaciones que queman combustibles fósiles pesados, de las minerías al aire libre y las canteras, de las cementeras, de las incineradoras de residuos o sanitarias, de las grandes papeleras y refinerías, de los pesticidas a discreción, de las industrias petroquímicas, cerámicas, del vidrio o aluminio, de los grandes barcos y aviones… y de los PLÁSTICOS.

Como nuestro culpable está totalmente identificado y ya es convicto sin juicio, en lugar de considerarlo presunto a la espera de pruebas fehacientes como se afirma siempre en la caja tonta de los peores asesinos o violadores, nadie volverá a preocuparse de los óxidos de azufre, de los de nitrógeno, de las lluvias ácidas, del nitrometano o nitroperóxidos, de las dioxinas, las partículas metálicas de plomo, cadmio, níquel, hierro, mercurio, cromo, arsénico, cobre, manganeso…, de los vertidos desaforados y el PLÁSTICO. Todos de origen antrópico indubitado y grandes generadores de riqueza para las multinacionales y demás poderosos.

Impuestos al CO2, ministerios para la transición ecológica, leyes contra el Cambio Climático (dioses, sí), organismos internacionales de control, observatorios ambientales, subvenciones infinitas al ecologismo carbonicida, enseñanzas sectarias desde la más tierna infancia, bloqueo a los negacionistas, desprecio de científicos refutadores, imposición de la verdad oficial…

… y todo porque el hombre produce el 0.04% del total emitido a la atmósfera de un gas imprescindible para la vida en la Tierra.


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