Este pasado viernes, en el Sala de exposiciones del Convento Santo de Domingo se inauguró la exposición temporal de Fernanda Osborne Medina, que ha sido organizada por la Real Maestranza de Caballería de Ronda. Una muestra comisariada por David Seaton y Georgina Richmond y coordinada por Miguel Ángel Sánchez.
El acto contó con la presencia de numeroso público, así como el teniente de hermano mayor de la Real Maestranza, Rafael Atienza, y de su director, Ignacio Herrera, entre otros responsables de este estamento.
La exposición cuenta casi con medio centenar de obras (pinturas y dibujos) con diferentes temáticas que han marcado la trayectoria artística de Osborne. Abarca el trabajo de la artista de 1975 – 2018. Permanecerá abierta desde el 7 de abril hasta el 28 mayo de 2018.
Fernanda Osborne (Sevilla, 1945)
Del autodidactismo a la madurez plástica. En los años setenta, Fernanda Osborne creó un estudio artístico junto a tres amigos más. La artista, autodidacta, intensificó su trabajo plástico y direccionó conceptualmente su obra, creando así su propio lenguaje. Este trabajo se consolidaba recurriendo a grandes pintores de la Historia del Arte como; Velazquez, Goya, Van Gogh o Kokoshka y estudiando como habían resuelto la anatomía y la composición. Fernanda afirma, que Oscar Kokoshka le enseñó a pintar el alma en los retratos.
La trayectoria expositiva de Fernanda Osborne comienza en los años setenta conquistando capitales como Barcelona, Málaga, Sevilla, Huelva y México. Las primeras exposiciones de la artista fueron conjuntas con los artistas del estudio y posteriormente, en los años ochenta, comienza a exponer individualmente. Estas exposiciones, respondían a un deseo de compartir unos resultados que ella misma había alcanzado. Para ella todo era una superación de etapas y miedos.
A lo largo de su carrera, hubo un paréntesis de 20 años sin creación debido a: la enfermedad y muerte de su marido y al proceso de búsqueda interior de la artista.
La obra de Osborne tiene como eje central la realidad. Ésta puede ocultarse en la vida pero debe hacerse presente en el arte, y la realidad de la artista aparece en una combinación de colores agresivos y pinceladas rápidas que sacuden al espectador para entrar en dialogo con él.
Sus retratos -que se suceden como hitos a lo largo del conjunto de su obra- aparecen con rotundidad a lo largo de su carrera. La crítica resalta que a pesar de sus trazos vehementes y colores brillantes, los retratos invitan a acercarse, son humanos, sugieren en sus gestos y actitudes, reflejan diversos estados anímicos, en función de circunstancias, situaciones y trances varios, desde el equilibrio de la normalidad hasta el desbordamiento del dolor más intenso pasando por la pasividad de la indiferencia y la jocunda exteriorización de un regocijo primario.