Que las abejas están desapareciendo en todos los lugares donde antes eran frecuentes es una realidad. También en la Serranía de Ronda.
Es un problema muy grave para la supervivencia de los humanos y ese enorme problema tiene su origen en ciertas actividades agrícolas “industriales” que realiza el ser humano, «plaguicidas y monocultivos», parásitos importados y manejos estresantes de las colmenas. Demasiados sospechosos trabajando como cómplices necesarios del delito: acabar con el mayor polinizador del planeta, la abeja. Entre un 20-35% de las abejas europeas están desapareciendo cada año. En Estados Unidos la cifra llega a ser más alarmante, el 50%.
Las principales amenazas para las abejas son:
– Plaguicidas: Su uso convierte a la agricultura industrial en una de las mayores amenazas para las abejas en todo el mundo. Además de envenenar a las abejas perturban su sentido de orientación. Estos venenos agrícolas causan la muerte de enjambres enteros. Recientemente la Unión Europea a prohibido cautelarmente (durante 2 años) pesticidas neonicotinoides y derivados del tiametoxam, imidacloprid y la clotianidina, comercializados por Syngenta, Bayer y BASF. ¿Te gustaría alimentarte buscando polen y néctar que puede contener hasta siete plaguicidas diferentes? A las abejas tampoco.
– Monocultivos extensivos: Grandes superficies despobladas de biodiversidad, únicamente cultivadas con un tipo de planta, que carece de fuentes de alimentación variada. Si los monocultivos no ofrecen néctar y polen a las abejas las fuerzan a grandes desplazamientos en vuelo que reducen su acopio; si ofrecen néctar y polen, las abejas hacen excesivo acopio de nutrientes que posiblemente no contienen toda la diversidad de aminoácidos necesarios para su correcta alimentación.
– Estrés: Los apicultores miman sus colmenas y, por tanto, la miel. Pero cuando el número de colmenas y los procedimientos de manejo llegan a cifras industriales, empresas con más de 2.000 colmenas, el único objetivo es “Maximizar la Producción”. El mercado está lleno de miel pasteurizada (que no cristalizan como las naturales), importaciones de mieles de baja calidad y de dudosos controles sanitarios. Para que una colmena produzca más miel hay que llevar a cabo técnicas que estresan a las abejas y las sustituyen cuando no alcanzan los rendimientos esperados.
– Parásitos y enfermedades: Fundamentalmente ácaros que han sido importados junto con abejas de ecosistemas distintos. Para acabar con ciertos parásitos, como la Varroa (ácaro) o la Nosema ceranae (microsporidia unicelular), los apicultores “industriales” optan por una solución cómoda, el uso de sustancias químicas nocivas para el medio ambiente. Estas “medicinas” debilitan los enjambres generación tras generación, volviéndolos más resistentes a las plagas. Además, estas sustancias contaminan la miel.
La Varroa llegó a Europa y América en 1985, la Nosema ceranae en 2004, fueron introducidas “sin querer” desde el sudeste asiático tras la importación de abejas de una especie menos agresivas con el apicultor. Ingenua pretensión, un error habitual del ser humano, que no entiende el frágil equilibrio de los ecosistemas.
– Pérdida de la diversidad genética de las abejas, efecto del cambio de hábitats de especies no adaptadas o invasoras, sobre-explotación y cambio climático… Son las otras amenazas que también sufren las abejas de la miel.
Bibliografía https://ecocolmena.com/