Desde hace más de dos siglos los astrónomos saben que la actividad del Sol es cíclica, aumentando y disminuyendo en periodos de once años a los que llamamos ciclos solares. Actualmente estamos en el ciclo 24 que comenzó en 2008.
El telescopio espacial Solar Dynamics Observatory (SDO) de la NASA detectó el pasado 6 de septiembre dos potentes erupciones solares catalogadas con la máxima categoría (“X”). La segunda de las erupciones, clasificada como “X9,3”, ha sido la más intensa que se ha registrado desde el inicio del actual ciclo de actividad solar, provocando problemas e interferencias en las emisiones de radio y las comunicaciones por satélite.
Actividad Solar
Las manchas solares son regiones del Sol que van asociadas a intensos campos magnéticos que dan lugar a una serie de fenómenos que se registran cerca de ellas, y están a sólo “4.000 grados” lo que les hace parecer oscuras por contraste con su alrededor. Suelen empezar como pequeños poros que van creciendo hasta llegar a un tamaño similar a la Tierra o a veces más grande como en esta ocasión.
Las llamaradas o fulguraciones de radiación constituyen el fenómeno solar más activo que se manifiestan como filamentos brillantes de gas caliente en el interior de grupos complejos de manchas y su temperatura se puede elevar a varios millones de grados en muy poco tiempo. Se clasifican por su intensidad, de menor a mayor, con las letras A, B, C, M y X, a las que sigue un número del 1 al 9 (cuando se sobrepasa el nivel X se continúa la numeración más allá de 10).
A menudo, estas erupciones solares van asociadas a eyecciones de masa coronal (CME) que es una súbita liberación de gran cantidad de materia solar, una nube ardiente de partículas y radiación que avanza a miles de km por segundo y golpea todo lo que halla a su paso. Esta “tormenta solar”, si apunta a la Tierra, llega en un tiempo aproximado entre 18 y 36 horas. Afortunadamente, nuestro planeta tiene un campo magnético que es un escudo natural, la magnetosfera, que absorbe el impacto de las CME y las desvía hacia los polos, causando espectaculares auroras boreales y australes.
La Gran Tormenta Solar de 1859
Si la erupción solar es lo suficientemente intensa y la dirección del campo magnético de la eyección es perpendicular a la del campo terrestre, el “escudo natural” cederá y la atmósfera recibirá una gran cantidad de energía como ocurrió a mediados del siglo XIX y que fue bautizado como el “Evento Carrington”, en honor al astrónomo amateur británico Richard Carrington que registró lo sucedido.
El 1 de septiembre de 1859, alrededor del mediodía, este astrónomo estaba observando el Sol desde su observatorio particular, por el método de proyección, y dibujaba en su diario astronómico un grupo de numerosas manchas solares. Pero, de repente, observó algo que le dejó atónito: “dos cordones de luz cegadora” sobre las manchas solares. Carrington y otro colega inglés, R. Hodgson, habían observado independientemente, por primeras vez en la historia, una llamarada solar. Diecisiete horas más tarde una oleada de auroras eran visibles desde España, Italia, Cuba, Bahamas, Jamaica, El Salvador o las islas Hawaii, latitudes un tanto extrañas, ya que este tipo de fenómenos afectan a zonas cercanas a los polos. La llamarada causó el colapso de las mayores redes mundiales del recién nacido sistema de telégrafos en Europa y América del Norte. La energía eléctrica apenas se utilizaba en esa época y los efectos de la tormenta casi no afectaron a la vida de los ciudadanos. Pero, si este evento (clasificado como X40) ocurriera en el mundo actual, tan dependiente de la tecnología, nos dejaría literalmente a “dos velas”. Afectaría seriamente a los satélites, a las comunicaciones y a las centrales eléctricas, incluso sería peligroso para la vida de los astronautas de la Estación Espacial Internacional que evitarían cualquier actividad fuera del complejo espacial.
Actualmente la NASA, en colaboración con otras agencias espaciales, tiene en órbita satélites (SOHO, STEREO, SDO y HINODE) que proporcionan información actualizada al minuto sobre lo que está sucediendo en nuestra estrella para predecir la actividad solar con suficiente anticipación.