Reconocer los límites de nuestro conocimiento es un proceso extremadamente difícil, sobre todo si implica la asunción de errores del pasado. No obstante, realizar este ímprobo esfuerzo en ocasiones puede revertir en efectos beneficiosos, tanto psicológicos como sociales. Reconocer y rectificar, aparte de ser de sabios, significa no seguir montados en el carro del error y por tanto no continuar expuesto en la evidencia frente a los demás; se reduce la fricción en las discusiones siendo más empáticos con el prójimo y con nosotros mismos. Dejamos con ello de dar tanta importancia a nuestras ideas y opiniones dejando de ser cautivos de las mismas. Y sobre todo, lo más importante, al acostumbrase a pronunciar la tan difícil frase de “no losé”, se inicia el camino hacia el conocimiento.
El miedo a equivocarse nos lleva a refugiarnos muchas veces en las opiniones de la mayoría, del grupo al que queremos pertenecer, y nos volvemos ciegos a las evidencias que las contraríen. Un experimento muy popular sobre la presión de las creencia mayoritarias en una persona independiente fue realizado por el Psicólogo Solomon Asch en la década de los años 1950. En él se solicitaba a un grupo de personas que diferenciaran a simple vista la longitud de varias líneas dibujadas en una serie de exposiciones. Todas las personas, menos una, eran ganchos para el experimento, cómplices con el investigador para mentir en la apreciación. Ante dos líneas de distinta longitud, todos los cómplices afirmaban sin duda alguna que ambas eran iguales. Cuando llegó el turno de los sujetos experimentados, cada uno de ellos terminó diciendo lo mismo que los demás. En algunos casos lo hacían para no llamar la atención; en otros, porque dudaban de su percepción, dado que eran los únicos disconformes con el resto.
El miedo a salirnos de lo común y lo normal, nos lleva a fundirnos psicológicamente con lo que dicen las masas, y es más, lo que hace y dice la gente es un referente para la mayoría. Dicho modo de opinar y conocimiento a través de la mayoría está muy integrado en nuestro aparato cognitivo, porque, en ocasiones, resulta útil para disponer de certezas frente a grandes cantidades de información que ignoramos, pero en muchas otras, terminamos aferrados en el error porque nos fiamos en exceso de los demás. Cuando algo se hace mal y se tiene plena conciencia de ello, basta exculparse diciendo que si los demás lo hacen, ¿Por qué no lo puedo hacer yo?.
Aunque estemos convencidos que cuando opinamos, lo hacemos de acuerdo a lo que realmente pensamos, estamos psicológicamente fundidos con lo que opinan las masas y lo que se considera normalmente normal. Las diferencias generacionales en las personas producen fuertes discrepancias de pensamiento a la hora de valorar las cosas, aun tratándose de lo mismo se enjuicia radicalmente distinto según en qué tiempo y en qué sociedad se opine.
Cuando Albert Einstein conoció a Charles Chaplin le dijo: lo que más admiro de su arte es que usted no dice una palabra y sin embargo todo el mundo lo entiende. Chaplin, le respondió: cierto, pero su gloria es aún mayor; el mundo entero lo admira cuando nadie entiende una palabra de lo que dice.
Nunca nadie vería a ninguno de estos dos Caminar con el Swing de los sobrados, ni con pluma chapada en oro, solo les bastaba una frase para rezumar humildad y genialidad.
Y como en el experimento: nadie se atreverá a cambiar la opinión que sobre ellos se tiene.
ALEJANDRO
BRILLANTE COMO SIEMPRE.