La Soledad, de luto y negro, puso el broche de oro a la Pasión de Ronda tras una intensa semana que quedará para la historia. No se recordaba en muchos años una Semana Santa más esplendorosa, en la que el buen tiempo ha permitido que todas las hermandades hayan podido realizar sus estaciones de penitencia.
Poco antes de las nueve de la noche, ya cuando estaba a punto de caer el Sol, se abrían un año más las enormes puertas de la iglesia de La Merced, con una plaza abarrotada de público que estaba dispuesto a presenciar uno de los instantes de más belleza y complejidad de la Semana Santa, como es la bajada por las escalinatas del único trono, dorado, de la Hermandad de María Santísima en la Soledad.
Nazarenos con túnicas negras, escudo de la hermandad y cíngulos blancos, marchaban delante de su titular, en la que el puñal clavado en el corazón de la Virgen dejaba claro su dolor por la pérdida del Hijo de Dios. Está sola, y la única compañía que tiene es la cruz y el sudario.
A pulso han bajado los horquilleros el trono, cuando los cientos de personas allí agolpadas rompen en aplausos. La Soledad está en la calle y cuenta con el consuelo de penitentes y de mujeres vestidas de mantilla. El tambor que marca la marcha de los horquilleros rompe el silencio de la noche.
Suena música de capilla, a cargo del grupo ‘Lignum Crucis’ de Sevilla, que de repente se para; y es que alguien lanza una saeta desde un balcón de la calle Sevilla. Momento cofrade.
La candelería del trono -que ha sido restaurada en parte- luce más que nunca y los cirios llevan estampados el escudo de la Hermandad.
Llega la hora de regresar, entrada esplendorosa al templo en un Viernes Santo que será inolvidable.