En el mundo de las ideas del que todos participamos, todos somos libres de expresar, presentar y exponer a libre uso y criterio ideas y opiniones que nos venga en gana por el simple hecho de pensarlo. El hablar es gratuito, pero no tan barato sale cuando haya que demostrar lo que se dice, darle cuerpo a las ideas o ponerle cara a las cosas.
La perfección de las personas y las cosas hay que encontrarla en su existencia (San Juan de la Cruz), es como decir que para que una cosa sea cierta es necesario que haya ocurrido o se haya materializado. Para que algo sea perfecto, tiene obligatoriamente que existir. Un ser perfecto e inexistente sería una contradicción en sus términos. Algo que no exista en la realidad no puede ser perfecto porque simplemente como se afirma, no existe. Una famosa frase de Kant dice que no se puede ir al mercado y pretender comprar comida de verdad con dinero imaginario.
Entre lo virtual y lo real, hay siempre una diferencia de tipo existencial, entre lo que se proyecta y lo que resulta media a veces un gran trecho.
Esto también ocurre a nivel de expectativas de nuestra vida, hacemos un programa para un futuro extraordinario ataviado con una vestimenta mucho mejor que el traje que en la vida nos toca llevar.
La gran desventura es que nacemos de unos padres que normalmente creen y nos hacen creer que su niño es el más guapo y el más inteligente, que somos extraordinarios, especiales por el simple hecho de existir; somos sin duda los mejores, pasamos los primeros tiempos de nuestra vida en un contexto en el que no hay que merecer para tener, en el que para obtener solo hay que pedir, viviendo en el mejor mundo que se pueda imaginar.
En este escenario irreal sobre el que nos colocan tenemos a veces visiones desvirtuadas del contexto, que nos llevan a creernos mejores de lo que somos en realidad, y con el tiempo, para corregir habrá que operar replanteos y venirse un poco a menos cambiando nuestro rumbo hasta enfocar las cosas adecuadamente, aunque hay gente que no lo hace y simplemente se quedan colgados.
Es como si tuviéramos que ir bajando el listón de la altura a la que nos lo han colocado, y admitir que el mundo que nos íbamos a comer, nos comerá a nosotros. El correr de los días nos obliga a poner, más pronto que tarde, los pies en el suelo, a cambiar los viejos patrones y estructuras que durante un tiempo nos resultaron útiles hasta un periodo en el cual algunas cosas ya no nos sirven. Puede ser inquietante y perturbador, pero no se debe perder el tiempo con los viejos esquemas que ya no funcionan. Nos hemos adentrado en un periodo al que podemos denominar ‘Nueva Normalidad’ y necesitamos entender que las cosas nunca volverán a ser iguales; tenemos que acostumbrarnos a hacerlas de otra manera -porque esas ‘cosas diferentes’ pronto llegarán a ser habituales-. El cambio no significa algo negativo, -la gente solo se asusta de lo que no conoce-.
“Rectificar es cosa de sabios” es una sentencia breve que, aunque se propone como regla en muchos casos, es sólo válida y muestra sabiduría cuando no es forzada por las circunstancias, sino por decisión propia y voluntaria como producto final de una elaboración mental a la hora de dar un paso adelante en cualquier tipo de estancamiento. Esta frase universal sobre la rectificación es un aforismo que forma parte de una expresión más amplia del poeta británico Alexander Pope, según la cual “errar es humano, perdonar es divino y rectificar es de sabios.