El cuarto y último de los viajes de Cristóbal Colón fue el más dramático y problemático de todos los realizados, pero hay una anécdota astronómica que nos llega a través de su bitácora de viajes y que nos muestra tanto su sagacidad como sus conocimientos.
El 11 de mayo de 1502 zarpó del puerto de Cádiz rumbo a la más arriesgada de sus expediciones que tenía como principal objetivo encontrar un estrecho para pasar al Océano Índico (Colón estaba convencido que había llegado a Asia y llamó a esas tierras las “Indias Occidentales”). En este último viaje colombino, el Almirante tenía cincuenta años y la salud quebrantada, y estaba al mando de cuatro pequeñas carabelas: la Capitana, Santiago de Palos, Gallega y Vizcaína. Le acompañaban en esta aventura su hermano Bartolomé y su hijo Hernando de 13 años. La flota recorrió casi toda la costa centroamericana llegando hasta Colombia. Durante el viaje, Colón se enfrentó con tempestades violentas, motines, traiciones y con indígenas hostiles en la costa. Las embarcaciones se hallaban en un estado lamentable, debido a los irreparables daños causados por los temporales y las bromas (moluscos que perforan las maderas sumergidas).
En junio de 1503, los expedicionarios alcanzan con sólo dos carabelas, la Capitana y la Santiago, la playa de Santa Gloria en Jamaica donde se vieron obligados a permanecer por espacio de un año. Aunque inicialmente los nativos jamaicanos acogieron bien a los náufragos y les proporcionaron comida, a medida que los días se convertían en semanas fueron aumentando las tensiones y se negaron a continuar proporcionando alimentos. Bajo la amenaza del hambre, Colón formuló un plan desesperado aunque ingenioso y afortunado.
El Almirante consultó las tablas astronómicas del libro «Almanach Perpetuum», escrito por el astrónomo judeoespañol Abraham Zacuto que indicaba un eclipse total de luna el 29 de febrero de 1504. Tres días antes del evento celeste, Colón pidió reunirse con el Cacique para expresarle que el “Señor de los Cielos” se había disgustado con ellos a causa de su hostilidad y, como castigo, les arrebataría la Luna. La burla no se hizo esperar, pero ésta se convirtió en temor cuando a la hora indicada una gran sombra cubrió a la Luna. Tras los ruegos y súplicas de los asustados jamaicanos, Colón continuó su escenificación y se retiró para interceder por los nativos. Sólo unos momentos antes del final de la fase total del eclipse reapareció Colón, anunciándoles que habían sido perdonados y la Luna volvería gradualmente a la normalidad. Desde entonces mantuvieron a Colón y a sus hombres bien provistos y alimentados hasta que una carabela de rescate, procedente de La Española, arribó en junio de 1504 regresando a España el 7 de noviembre de dicho año.
Afortunadamente para Colón, los indígenas jamaicanos no poseían los conocimientos astronómicos que tenían otros pueblos como los mayas o los aztecas.