No es posible contemplar el éxodo masivo de la población Siria hacia Europa sin recordar que no hace mucho tiempo, demasiado poco si bien lo miramos, eran conciudadanos nuestros los que llenaban las carreteras del miedo y del espanto, y españoles los que partían con unos pocos enseres a la espalda, con ese mismo terror en la mirada, con esa esperanza tan vaga en los ojos que se desdibujaba en otras mañanas frías de febrero. No ha pasado tanto tiempo, el ocho de febrero de 1937 una multitud de refugiados que huían desde Málaga hacia Almería fue atacada por tierra, mar y aire, causando la muerte de entre 3000 y 5000 civiles.
No es mi propósito recordar bandos ni armadas, casi da igual la bandera de los atacados y los atacantes, si algo tiene el tiempo es que decolora las telas, vuelve fútiles los escudos, innecesarias las supuestas glorias de las patrias. No reivindico por la tanto, ninguna bandera, ya se encarga de eso el tiempo eficiente e implacable, reivindico eso si, el recuerdo de la mirada de espanto, el miedo recurrente que vuelve a convocarse de manera siniestra y consistente. La humanidad es incapaz de desechar el odio, de la misma forma que el escorpión es incapaz de desechar su veneno, de nosotros también depende (o debería depender) apartar de una vez por todas la mortífera ponzoña. Otra razón me impele a recordar aquel episodio de la carretera de Almería; puede parecer intrascendente si sopesamos la increíble multitud de las tragedias de uno y otro bando; una tragedia personal es sólo una gota de agua en el vasto mar de la historia, pero mi padre de ocho años y mi tío de doce eran parte de esa caravana del terror, de ese genocidio en suma, al final del cual ya jamás volverían a encontrarse. Lo repito: Las tragedias personales acaban perdiendo importancia, sólo valen en tanto que su acumulación incansable determina una tendencia de la historia ante la cual, como seres civilizados, y al margen de cualquier ideología, deberíamos ser capaces de reaccionar.
Pero Europa olvida, olvida sus pueblos diseminados por el orbe, olvida los ríos de emigrantes que ha generado en su reciente y tumultuosa historia, olvida que ningún otro continente ha vertido más sangre de sus hijos a los mares de la expatriación y el exilio. No es un secreto: Europa está ya muy lejos, terriblemente lejos, de aquella frase cándida de su Carta de Derechos Fundamentales: “Consciente de su patrimonio espiritual y moral, la Unión está fundada sobre los valores indivisibles y universales de la dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad”… Que belleza poseen las palabras y que vacías se quedan cuando pierden totalmente su certero sentido. Dos décadas de flagrante neoliberalismo económico han bastado para que Europa no sea más que una inmensa y ruinosa entidad bancaria que languidece esperando tiempos mejores, un enjambre de avispas indecorosas (que aun conscientes de su muerte) están prestas a clavar su aguijón sobre cualquier pensamiento que amenace las consignas del mercado sacrosanto. Hay que decirlo: Las bolsas de valores, son el verdadero corazón y la patria única de los europeos desde los tiempos de los Medici, y puede que esos instrumentos mercantiles tengan su importancia, pero acabaron siendo una rémora cuando se pusieron por encima de la dignidad entera de los pueblos. Europa desgraciadamente, hoy en día, es sólo y exclusivamente una entidad mercantil.
Acabo como empecé: No es posible contemplar el éxodo masivo de la población Siria hacia Europa sin recordar las palabras del historiador Erick Hobsbawm en una entrevista concedida a Aldo Panfichi de la Universidad Pontificia del Perú en 1992, en ella y ante una pregunta sobre las mayores amenazas que se cernían sobre el venidero siglo XXI, Hobsbawm aseguraba que uno de los grandes desafíos serían las migraciones provenientes de la periferia, estas serían “las más grandes migraciones de todos los tiempos” y se producirían en un contexto de “crisis económica e inestabilidad política”, el resultado de este fenómeno sería una tendencia hacia el racismo y la xenofobia como ideología imperante de los europeos, y me pregunto, ¿Estamos abocados a esa terrible predicción?