Opinión

Paradoja de la ficción (Fco Javier García)

Tras el dilatado compás de espera que ha seguido a la celebración de las últimas elecciones generales, finalmente el Rey ha encargado en segunda ronda al líder del PSOE la formación de gobierno. Esta prerrogativa constitucional, que excepcionalmente otorga al monarca la potestad de elegir al futuro candidato a la presidencia tras escuchar al conjunto de las fuerzas políticas con representación, ha encontrado por primera vez en la vida política española la incertidumbre sobre viabilidad del proyecto.

También por primera vez en la historia política de este país, se ha hecho añicos el arcaico sistema bipartidista que facilitaba tras los resultados electorales de forma casi matemática la elección de Presidente tras la propuesta por el Rey.

Pero otra cuestión se ha hecho evidente antes de la celebración de las elecciones, y lamentablemente, después de esta. Los líderes que han presentado los antiguos partidos mayoritarios no han sido capaces de encandilar a la sociedad española. Ha faltado, pues, liderazgo político. Este hecho se hizo muy evidente en el primer debate televisado entre las cuatro fuerzas principales. El PP no podía presentar en antena a su primer espada, Mariano Rajoy, frente a la jovialidad y vitalidad física de sus adversarios políticos. Tampoco es que hubiera un claro vencedor, pero sí quedó suficientemente claro que la sustitución de Rajoy por la segunda dama tampoco fue la solución. El debate a dos entre Rajoy y Sánchez subió la intención de voto a favor del segundo, pero tampoco encandiló a la sociedad española.

Supongo que la decisión de Felipe VI de desbloquear la situación política designando un candidato a la presidencia es, tal vez, la mejor opción entre las pocas que tenía. Y en este sentido, entiendo que así ha sido aconsejado por sus asesores. El problema es, si saliera adelante la propuesta, el tiempo que tardaríamos en enfrentarnos a un nuevo llamamiento a Cortes. La indefinición de Sánchez –apelando a derecha e izquierda- a la hora de lograr lo que entiende que le demandan los votantes españoles, la llamada política del cambio y su concreción en una política progresista y reformista, es algo que todavía no entendemos cómo lo va a conseguir. Y no me refiero a corto plazo, que quizás hagan su efecto los cantos de sirena, sino su continuidad durante cuatro años de legislación.

Bien empezamos cuando, como líder de la formación que aspira a formar Gobierno, consiente que la Mesa de la Cámara apruebe una distribución de los escaños del Congreso de los más dictatorial y poco equitativa, mandando a la tercera fuerza, PODEMOS, al gallinero, con lo que ofende a cinco millones de votantes, dándole a entender que hay votantes de primera y de segunda, y máxime ante una fuerza a la que se supone debe pedir apoyos. Claro que la impresión es que no maneja los hilos del partido. En fin, que esto suena a la llamada paradoja de la ficción, que establece que para conmovernos es necesario que creamos en la existencia de los objetos de nuestras emociones; que estas creencias no existen cuando nos enfrentamos a eventos ficticios y que, en consecuencia, estos eventos ficticios no nos conmoverán. QED


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