Cuando empiezo a escribir este nuevo artículo de opinión sobre la memoria histórica es Jueves y acabo de venir de la rueda de prensa donde he informado a los medios, para su difusión, del acto que se habrá celebrado ayer Viernes.
La responsabilidad es abrumadora para los que intentamos que las cosas salgan bien por el bien de todos y porque los medios de los que disponemos son escasos, por no decir nulos, debido a la animadversión que la casta siente por la recuperación de nuestra memoria, la verdad, la justicia y la reparación después de casi 80 años, sin que se hayan cerrado las heridas producidas por el nazi-franquismo.
Al mismo tiempo que escribo también atiendo llamadas y correos de miembros de la junta directiva, de familiares socios, de amigos y de los investigadores participantes en el acto. Uno de los correos que he recibido me ha dejado trastornado momentáneamente porque me han enviado un documento donde figuran los nombres de mi familia refugiados en San Pedro Alcántara (en El Ángel) después de haber tenido que huir de Ronda con tantos otros miles de republicanos.
Este documento fue rescatado por Lucía Prieto, ahora catedrática de la universidad de Málaga, hace ya tiempo, pero como tantos y tantos trabajos de investigación sobre lo que pasó de verdad el Estado no facilita la amplia difusión que deberían tener. A mí me ha llegado hoy gracias al acto que estamos organizando y me ha conmocionado porque he podido comprobar-corroborar parte de lo que mi padre y mi abuela me habían contado tantas veces sobre sus vivencias y penalidades de la huía de Ronda.
Este libro registro tiene 100 páginas y en cada una hay unos 34 inscritos por lo que hay más de 3.000 refugiados que habrían llegado de Ronda y de los pueblos de la serranía. Hasta ahora no he tenido tiempo de puntear más, aparte de ver y llorar sobre los nombres de mis abuelos y sus hijos.
Mi abuelo, Francisco Pimentel López, figura como que era zapatero, tenía 45 años y que todos vivían en la calle Parra 14 de Ronda. Mi abuela, Ana Sánchez Ávila que tenía 41 años y de profesión figura “su sexo”, indicativo generalizado entonces para las mujeres y que se ha mantenido hasta hace bien poco y que explica por sí mismo el lugar que la casta reservaba a las mujeres en la sociedad. Luego está mi padre, también zapatero, con 22 años, Encarnación con 19, Rafael con 12 y Francisco con 9 años.
Hablaré y solicitaré a Lucía Prieto su aquiescencia para divulgar en mi próximo libro todos los nombres que aparecen en este documento para que la gente de Ronda sepa como el fascismo aterró y destruyó a sus familias.
Yo, a la espera de que el acto de la conmemoración de la huida salga bien, tengo un gran dolor al haber visto y comprobado lo relatado por mi padre, viniendo a mi mente los sueños monstruosos que yo tenía de pequeño, perseguido por el terror, sin poder andar por la pesadez y el dolor de las piernas. ¿Sueños o re-vivencias de lo que pasaron mi familiares andando por la carretera de San Pedro huyendo de las bombas, de los falangistas, de los moros y de los regulares?