El cinismo es la única figura que camina en círculos. No crea movimiento, pero intenta arrastrar a mentes no avisadas hacia su espiral. Si algo rechinó en la noche electoral, fue el tempo medido con el que tres representantes de tres formaciones para los que francamente no fue su noche, utilizaban al unísono un mismo mensaje consensuado. Cómo dejar fuera del Congreso la voluntad de millones de electores a quienes cuatro años antes se había invitado. En el 15-M, las tiendas montadas en el mismo corazón de Madrid no dejaban dormir a los cachorros ricos en los barrios residenciales del centro de la capital. Como solución, los acampados fueron invitados como convidados de piedra a las urnas en las próximas elecciones.
Claro que uno puede llegar a pensar lo que quiera, pero creer con el Ibex-35 que una operación de maquillaje para quitar las arrugas a la derecha más rancia iba a ser la solución, es mucho pensar. Se olvidó que el miedo político lo inyectaron como un infiltrado social, y que los grandes partidos, ante el peligro del fin del antediluviano bipartidismo, harían un uso abusivo de él. La torpeza estratégica del gran capital para estas elecciones ha fraccionado tanto el voto, que ahora se han encontrado sin una mayoría clara con la que doblegar. Lo peor de todo es que estas tres formaciones van a tener que mostrar a la sociedad y a los electores lo que aún no habían sabido ver: cual era su verdadera faz.
También el rostro que ocultamos a los demás puede ser el convidado no deseado que un día se nos puede presentar. Los viejos pliegues en la piel es algo que difícilmente podremos ocultar. Las operaciones de estética no siempre podrán impedir que se manifiesten las viejas formas. Solo forzando mucho la realidad podremos negar que en la noche electoral una sola formación política fue realmente la ganadora. Mientras tanto, la prensa sistémica podrá seguir manipulando esa realidad. Pero un único rostro juvenil de millones de personas que exigen que empiece de una vez a llevarse a cabo políticas de justicia social, ha empezado ya a recorrer las antesalas del Congreso.
La grandeza de la Democracia puede ser que los mismos principios que la sustentan no puede imponerlos. Quizá la democracia real sea para siempre la asignatura pendiente, una utopía. Pero al menos –y tutelados por las leyes mordazas de quienes se presentan como sus guardianes-, nos queda la libertad de poder contar qué está pasando. Que antes del día 20-D había una conjura de los grandes intereses para dejar fuera del proceso político a los millones de convidados de piedra que habían conjurado, era todavía una abstracción. Las oscuras negociaciones que se están llevando a cabo para concretar esto parece ser ya una dura realidad. El ostracismo político que se va a ejecutar contra 5.182.333 ciudadanos, es la mayor involución a la que nos hemos enfrentado desde 1978. Eso sin contar con los millones de ciudadanos a los que el desencanto premeditado lleva día a día a una abstención fríamente calculada.