Pues sí, eso. ¿Cuándo seremos buenos? Así, con esa palabra tan ingenua, tan inocente y hasta, podríamos decir, tan infantil, debemos expresar lo que significa ser humanos en el amplio sentido de la palabra, y no creer que con ella nos estamos acercando a la simpleza, la candidez o la sensiblería.
Y es que, aunque a veces no sepamos discernir totalmente lo que es bueno o lo que es malo, dentro de unas determinadas normas establecidas en el gobierno de una sociedad concreta, hay fronteras que no se pueden sobrepasar porque la propia ley natural nos dice que es malo, por mucho que queramos enmascararlo de un infundado sentido religioso que no es sino un fanatismo sin pies ni cabeza, fruto de una mala interpretación de estricteces trasnochadas, cuando no de oscuros intereses de unos pocos que “comen el coco” a los débiles de conciencia y brutos de corazón.
Porque, llevando el tema a las últimas consecuencias, nadie está en posesión de la verdad absoluta, ni mucho menos es dueño de la vida de los demás (y ni siquiera de la suya propia), ni en su nombre, ni mucho menos en el nombre de ninguna divinidad, al fin y al cabo inventada por nosotros, pero que no sería divinidad si no estuviera precisamente basada en los buenos hechos y en la conservación de las leyes naturales.
No tiene sentido inmolarse o segar la vida de inocentes, por dudosas convicciones que llevan a creer en un más allá lleno de felicidades y abundancia, precisamente por haber actuado aquí en la tierra contra unos supuestos infieles que lo único que hacían era divertirse sanamente en esta vida que, es la única que tenemos segura, como también tenemos segura la muerte. Así que, no la busquemos antes de tiempo.
Y si todo esto no es debido a convicciones de tipo religioso, sino a intereses políticos, económicos o de poder, como en definitiva es, pues peor aun si cabe.
Cierto que todos tendemos a defendernos de amenazas, y también puede ser aceptable la máxima “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Pero eso, sólo prepárate. No la provoques.
Recuerdo en este punto el principio de la película “2001, una Odisea en el Espacio” (una verdadera joya cinematográfica, llena de símbolos), cuando un simio algo más avispado que los demás, descubre que puede golpear y hacer daño con un hueso de un animal al que acaban de devorar, lo enarbola como un arma de guerra, y termina lanzando por los aires, el cual se convierte simbólicamente en un misil.
Y es que tal vez llevamos en nuestros genes mecanismos de defensa en pro de buscarnos la comida y algo más. Pero no hasta el límite de cosas que no nos vamos a “comer” y que, finalmente, no nos llevan a ninguna parte.
Se me viene a la cabeza también algo que me contaban de la Guerra Civil Española, y es que: “Cuando se cruzaban por la calle dos personas del bando llamado ‘rojo’, no se saludaban con el clásico ‘adiós’, sino ‘salud’ (y no sabemos qué podría suceder si alguien se confundía). Pero es que lo mismo podría ocurrir en el llamado bando ‘nacional’ si alguien decía ‘salud’ al cruzarse con otro. Estupideces, cuando realmente las dos palabras son válidas si se dicen con buena intención, pero ya sabemos qué torpes creencias habían detrás de todo esto.
Tenemos que mantenernos en un término medio: defendernos y defender lo nuestro, sin fanatismos ni opresiones, en esta vida que nos ha tocado vivir, y sin fastidiar a los demás.
Tampoco vamos a poner la otra mejilla si nos pegan, ni vamos a ser tan conformistas con la historia como para llegar a pensar aquello de (como suele decirse a veces cuando sucede una desgracia), “lo que tiene que ocurrir ocurre”, pensando en la también arraigada creencia en la predestinación. Esto es absurdo, pues entonces no servirían de nada las decisiones humanas ni el sentido natural de conservación, que nos lleva instintivamente a ponernos a salvo y protegernos ante un peligro inminente. Pensemos, sin ir más lejos, en el acto reflejo de llevarnos las manos a la cabeza cuando alguien grita ¡Cuidado!