En esta miniserie que me he inventado con el título “¿Cuándo seremos …? Después de europeos, españoles y andaluces, es obvio que le debe tocar ahora el turno a “malagueños”, aunque esto sea un tanto intrascendente por varios motivos que explicaré a continuación, y sobre todo en estos momentos, con la que está cayendo. Lástima de la idea de muchos catalanes (arrastrados por cuatro exaltados) que no se consideran lo segundo (y por ende lo primero), sino que sólo pueden ser catalanes, de Gerona (perdón Girona), Lérida (perdón Lleida), Barcelona y Tarragona. O vete a saber cómo organizarían el territorio en una “futura constitución catalana”.
Dejando a un lado lo anteriormente mencionado, aunque sea de pasada, ya que lo vemos como algo ajeno, pero que nos incumbe, y mucho, a todos los españoles, desde el punto de vista político, jurídico, económico, social y de hermandad y compañerismo, vamos a lo que vamos en estos momentos que es el “ser malagueños”.
Esta es una cuestión bastante trivial, puesto que la provincia es una división territorial totalmente artificial, que no corresponde a naturaleza ni accidentes geográfico, ni a cuestiones de fronteras naturales ni políticas o de gobierno, sino a un fraccionamiento contrahecho y trasnochado, meramente administrativo en su tiempo, como veremos seguidamente.
La división provincial de España: En efecto, fue en 1833, tras la muerte de Fernando VII, y durante la regencia de su esposa María Cristina (la futura Isabel II solo contaba entonces 3 años),en el tiempo que duró el gobierno del malagueño Francisco Cea Bermúdez (sólo tres meses), se acometió en España una empresa de administración territorial que, curiosamente, ha permanecido de una u otra manera hasta nuestros días, más de 180 años después.
Mediante una simple circular, su Secretario de Estado de Fomento, Javier de Burgos, creó un Estado centralizado dividido en 49 provincias, repartidas en 15 regiones más o menos naturales o históricas. La mayoría de las provincias así creadas, recibieron el nombre de su ciudad principal (capital), excepto cuatro de ellas que conservaron sus antiguas denominaciones: Navarra, con capital Pamplona, Álava con Vitoria, Guipúzcoa con San Sebastián y Vizcaya con Bilbao.
Curiosamente, la palabra provincia tiene su origen en el Imperio de Roma. De pro (por) y vincia (victoria), en referencia a los territorios que iban conquistando fuera de la Península Italiana, y sometidos posteriormente a la jurisdicción de un magistrado romano.
Así pues, y volviendo a nuestra actual administración territorial, después de la muerte de Franco, ligeros retoques o reagrupamiento de estas mismas provincias conforman desde 1981 las diferentes comunidades autonómicas que constituyen el actual estado español (17 comunidades y dos ciudades autonómicas).
Por tanto, poco significado tiene la pertenencia a una provincia u a otra dentro de una misma comunidad autónoma, y puede que cada vez menos, pues las aún diputaciones provinciales no tienen mucho sentido en una organización autonómica.
Un detalle también curioso son los gentilicios de la gran mayoría de provincias que, al coincidir con el de la capital, no sabemos si nos estamos refiriendo a una persona natural de la provincia o de la ciudad que funciona como capital, salvo que se deduzca del contexto en que se utilice. Ejemplo: un malagueño puede ser de la ciudad de Ronda, de Antequera, de Marbella… o de Málaga capital (coincidiendo en este último caso el gentilicio de la provincia y de la ciudad).
Entonces, creo que es irrelevante el sentimiento de provincia y mucho menos el de rivalidad entre ellas dentro de una misma comunidad autónoma. Por tanto, el título de este artículo (cuando seremos malagueños) lo considero finalmente una estupidez por mi parte. Perdón.