Ser macho “alfa” de una manada no supone ningún insulto. Se refiere simplemente al de más alto rango, respetado y obedecido por todos, el primero en comer o en acceder a las hembras. Se trata del mundo animal y cada especie tiene su comportamiento. Aplicado a la nuestra tal vez pueda parecer un insulto, porque ya no somos solamente machos y hembras, sino hombres y mujeres, sin embargo, me van a permitir la licencia porque supone una buena metáfora. También existe la ‘hembra alfa’, que en el periodismo norteamericano se ha empleado para referirse a las mujeres profesionales que han ascendido a los más altos escalafones sin que por ello olviden cuidar de su familia y mantener su atractivo físico, como a toda hembra de nuestra especie se le exige.
Me llama la atención que en los actuales puestos de salida de los principales partidos en liza de cara a las generales se encuentren políticos con un parecido perfil: Garzón, Iglesias, Rivera y Sánchez. Son todos varones jóvenes, atractivos, preparados, de verbo fácil y con una clara aspiración al poder, a ejercer un liderazgo indiscutible. Y cuando digo indiscutible me refiero a que no se lo van a disputar con nadie de su tribu por mucho que hablen de primarias y simulacros similares. Son los “machitos alfa” de la actual política. Sin embargo, es curioso, todos envidian el liderazgo y los resultados electorales que han conseguido en las municipales dos mujeres: Ana Colau y Manuela Carmena. Dos mujeres que se encuentran en los dos primeros puestos en el ranking en cuanto a la apreciación de la ciudadanía. Sí, son las más valoradas y las más queridas. Es más, creo que en una época tan crítica y llena de sufrimientos para mucha gente, nuestro insconsciente reclama una madre. Es como ve Hans Magnus Enzensberger, en una entrevista reciente, a Angela Merkel, quien tiene una mayor credibilidad respecto a otros líderes porque “ejerce como si fuera la mamá de todos los alemanes”. Y no es que seamos una pandilla de criaturas necesitadas de protección materna, pero sí de alguien que transmita amor, compasión, ternura y preocupación por nuestros sufrimientos, y no esa especie de frío contable que parece el Presidente actual. En momentos tan convulsos no puedo por menos que evocar las palabras de la poeta judío-alemana Else Lasker-Schüller en los albores de la Segunda Guerra: “Abracémonos. El mundo está herido de una pena que nos hará morir”.
Ciertas ausencias no se resuelven con listas cremallera ni esas abstracciones, sino con personas de carne y hueso que estos jóvenes cachorros con aspiraciones de “macho alfa” no representan. No transmiten ninguna sensación de protección, de empatía, de sutileza o intuición radical. Y eso, hoy, es lo que necesita la política. Personas que no busquen por encima de todo su liderazgo, sino nuestra sencilla felicidad humana.