Aunque pudiera sorprendernos existe una ética neoliberal. No se trata de un oxímoron; como sabemos el oxímoron o Contradictio in términis es una figura retórica que consiste en usar dos términos yuxtapuestos que se contradicen o son incoherentes entre si como aquello de “sociedades unipersonales”, “copia original”, “político veraz” o, de forma más literaria según Quevedo, “Es hielo abrasador, es fuego helado”. En otras palabras, se afirma que existe realmente una “ética neoliberal”, aunque hago un par de precisiones, la primera es que por ética no nos referimos, en este artículo, a un conjunto de comportamientos individuales, sino de forma estricta a un fundamento teórico conducente, hipotéticamente, a un mejor modelo de convivencia entre los seres humanos, la segunda precisión es que en la doctrina neoliberal, ética y economía no constituyen, bajo ningún concepto, espacios aislados. Dicho esto, afirmaré que existe una ética neoliberal con la que podemos o no, estar de acuerdo pero que existe en todo caso formalmente expuesta. Vamos a referirnos a ella sucinta y algo lúdicamente como si se tratase de una especie de test: ¿Es usted realmente neoliberal? No hay que preocuparse cualquiera que sea el resultado, se trata sólo de planteamientos filosóficos si bien, de enorme importancia en nuestras vidas cotidianas dado que constituyen las ideas dominantes de nuestra época. Cada una de ellas se ilustra con citas de los principales pensadores neoliberales. Soy consciente de que cada punto expuesto, a su vez, podría ser la semilla de una discusión posterior la cual promuevo desde este foro empero, nuestro propósito ahora es simplemente exponer las principales ideas éticas que promueve el neoliberalismo con el propósito de que el lector establezca sus propias conclusiones.
Según el ideario neoliberal, el mercado es el único y exclusivo ordenamiento económico racional y es además un sistema que conduce hacia el equilibrio en ausencia de presiones externas. En otras palabras, olvidémonos totalmente de ideologías de uno y otro signo: Sólo el mercado actuando por si mismo, en ausencia de trabas externas, es garante de la mayor eficiencia económica y por lo tanto de la felicidad humana. La desaparición de las ideologías (el mercado no es una ideología sino una constatación de la misma naturaleza humana) conduce de manera inexorable a lo que Francis Fukuyama dio en renombrar como: “El fin de la historia”. En sus propias palabras: “Quizás estamos siendo testigos no sólo del fin de la Guerra Fría, o del pasaje de un período particular de la historia de posguerra, sino del fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la historia ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano (…) hay poderosas razones para creer que este ideal será el que gobierne el mundo material en el largo plazo.”
En vista de lo anterior, la libertad del individuo está supeditada al mercado, porque la razón última de la sociedad emana del mecanismo colectivo de producción y consumo. O sea, el hombre es libre en tanto es capaz, bien de producir, bien de elegir entre una gama de productos o de servicios con el objetivo exclusivo de maximizar sus beneficios (productor) o su satisfacción (consumidor); todas las demás libertades están en función de esta libertad superior que justifica todas las demás. Cabe preguntarnos si la libertad, entendida exclusivamente como libertad económica, no requerirá de un alto grado de igualdad para poder materializarse; es Milton Friedman quien nos despeja la duda: “Una sociedad que pone la igualdad por encima de la libertad acabará sin igualdad ni libertad”
La importancia vital que otorga el neoliberalismo al mecanismo de mercado como regulador de la actividad humana hace que el Estado adquiera una función que es la de mero garante de su perfecto funcionamiento. Nótese que se parte del axioma de que la sociedad capitalista contemporánea es la mejor de cuantas han existido en el curso de la historia y es perfectible pero insuperable en relación a cualquier otro sistema. Así las cosas no es de extrañar que en las bases del neoliberalismo se encuentre la idea de la máxima limitación de las funciones estatales, en boca de Von Mises: “Toda la oratoria de los promotores del gobierno omnipotente no puede anular el hecho que hay sólo un sistema que resulta en una paz duradera: una economía de libre mercado. El control gubernamental conduce al nacionalismo y, por tanto, produce conflictos”. Cabe preguntarnos si esta argumentación se extiende también al concepto de democracia sobre el cual se fundamenta el Estado contemporáneo. Una frase de Alain Minc puede resultar esclarecedora, si bien algo inquietante: “El capitalismo no puede derrumbarse; es el estado natural de la sociedad. La democracia no es el estado natural de la sociedad; el mercado, sí”
En 1947, Friedrich Hayek, uno de los principales teóricos del neoliberalismo, reunió a un grupo de pensadores, la mayoría economistas, algunos historiadores y filósofos tan conocidos como Karl Popper, en el Hotel du Parc en la villa de Mont Pelerin, cerca de la ciudad de Montreux, Suiza, el objetivo del grupo era discutir la situación y el posible destino del liberalismo tanto a nivel teórico como en la práctica. El grupo tomó el nombre de Sociedad Mont Pelerin en honor al lugar donde ocurrió este primer encuentro. Eran los primeros pasos de lo que luego fue conocido como neoliberalismo. Uno de los principales postulados del recién nacido grupo, consistió en redefinir las funciones del Estado para poder distinguir más claramente entre un orden totalitario y uno liberal. El liberalismo (con matices) de Von Mises y su discípulo Hayek se convirtió en la doctrina sagrada neoliberal proclamando que “(…) la época del intervencionismo sólo fue un episodio pasajero cuya finalidad no podía ser otra que la de mantener al mercado a su libre albedrío”. Aquello fue posiblemente una crítica, más o menos velada, al keynesianismo que vivía su época de esplendor y que refutaba abiertamente la teoría liberal de acuerdo a la cual la economía, regulada por sí sola, tiende automáticamente al pleno uso de los factores productivos. Keynes, por el contrario, postulaba que el equilibrio, al que teóricamente tiende el libre mercado, depende de otros factores y no implica necesariamente al pleno empleo de los medios de producción. La polémica estaba servida. Lo cierto es que las ideas de la Sociedad Pelerin, acabaron influyendo poderosamente en lo que se ha dado en llamar “El consenso de Washington de 1989”, que hoy rige nuestras vidas y una de cuyas premisas fundamentales establece la progresiva abolición de regulaciones que impidan el acceso al mercado o restrinjan la competencia. La desregulación es por lo tanto, en términos neoliberales, uno de los objetivos fundamentales de la agenda. El capitalismo, como epítome de la humanidad, sólo alcanzará su pleno esplendor cuando se vea absolutamente libre de cualquier regulación externa. Acabamos con una frase de Allan Greenspan pronunciada poco antes de estallar la crisis financiera de 2008, resultado del estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, el Presidente de la Reserva Federal norteamericana afirmaba de forma rotunda: “Yo no sé hacia donde va a el mercado bursátil, pero voy a afirmar lo siguiente: que si continúa creciendo, ello va a hacer más por estimular la economía que cualquier cosa que usted y yo pudiésemos hablar”