¿En qué se fija usted para votar? ¿A la hora de decidir quien le va a engañar durante los próximos cuatro años, qué criterio sigue? ¿Cómo escrutamos a nuestros dirigentes o a los aspirantes a serlo? Es una duda que me viene asaltando los últimos días.
Hay quien se guía por la intuición. Pondera las cualidades que les presupone a unos y a otros con las del líder saliente y elige. Si hablamos de percepciones, impresiones y sensaciones, por ejemplo les puedo decir que a Pablo Iglesias me costaría mucho votarlo. Esa figura que ya nos hemos encargado de ir retroalimentándonos demonizándola no me resulta nada atractiva. Quizás a Pedro Sánchez tampoco, porque no me inspira ni seguridad, ni capacidad, ni liderazgo. Con Rajoy ya no sé qué es percepción y qué es una nula sapiencia por su parte más que contrastada y Rivera a priori puede dar la sensación de ser un conservador enmascarado.
Lo más seguro es que me quedara en mi casa rezando el Rosario. Pero esta vez he decidido darle a los nuevos el beneficio de la duda y guiarme únicamente por lo que digan y hagan y no por lo que otros digan que pueden hacer. En ese caso, si en vez de en el terreno de las percepciones, nos movemos en el de los hechos, la imagen de radical de Pablo Iglesias cambia completamente. En su discurso no hay radicalismos, ni cosas fuera de la coherencia, me parece bastante bien ponderado todo lo que dice y no demasiado utópico. Cosa que no pasa con su amigo Monedero que, en un alarde de torpeza ya se ha encargado él de hacerle el juego a los que le critican comparando a un opositor venezolano con la izquierda abertzale vasca. También he de decir que también se han encargado otros de apartarlo elegantemente.
El caso es que a Sánchez, el del PSOE, también lo veo franco y sincero, pero entra en muchas contradicciones continuamente. Con Rivera me pasa igual que con Iglesias, se me olvida lo de que dicen que puede ser la marca blanca del PP, me fijo en lo que dicen y hacen y hasta ahora los veo consecuentes y coherentes con lo que han dicho. Rajoy como no habla, ni hace y si hace, hace mal, casi que mejor dejarse guiar por la percepción aunque ésta sea negativa.