Con frecuencia optamos por salir a dar un paseo cuando problemas o preocupaciones se apoderan de nuestra mente y no podemos quitárnoslos de la cabeza. Simplemente con el solo deseo no se puede, es necesario poner ante nuestros ojos ciertas novedades que distraigan la atención.
Los antiguos utilizaban la Alquimia para sanar males de desconocido remedio apoyados en fenómenos naturales que constituían su base experimental, pretendían con esta falsa ciencia precursora de nuestra química moderna, enriquecer a sus adeptos ayudándoles a iluminar su espíritu y descubrir el elixir de la vida que les proporcionara felicidad duradera. Entre sus enseñanzas estaba la fabricación del oro y la plata, era solo cuestión de encontrar la piedra filosofal, les proporcionaba con ello el dominio y remedio que curara todos sus males, aún hoy en día los magos, curanderos y adivinos, emulan y remedan dichas prácticas utilizando simulacros de laboratorio para realizar sus curas y profecías .
Sin osar de atrevido y con cierto fundamente, el ciudadano corriente pone fin a sus males colocando alas a sus pies para cambiar de lugar yéndose temporalmente a otros lugares de viaje. Son momentos de ocio lejos de preocupaciones viendo lo que no se ve, gozando de lo que no se tiene, es uno de los recursos que el hombre de hoy en día utiliza para alejar de sí los males que le aquejan. Probado está que el ocio está íntimamente ligado al desarrollo integral del individuo, En este mundo donde predomina lo visual, el cambiar de aires y de entorno ayuda indudablemente al enriquecimiento cultural del viajero, prueba de ello son las becas Erasmus, programas de intercambio, etc. que ofrecen a los estudiantes la posibilidad de realizar cursos de su carrera en otros países, cosa que les hará más transigentes y más abiertos a otras posibilidades.
Viajar no es un curalotodo, pero sí es un bálsamo, una fragancia que nos sana del estrés y nos acerca a sensaciones inconscientes, mundos distintos que se ponen delante de cada u uno cada vez que se realiza un viaje, una componente psicológica, una ficción en virtud de la cual, las mismas cosas dejan de significar lo mismo, es cambiar el suelo por el cielo, es ver la tierra desde las nubes. De repente sin tenerlo previsto ni pensado, llena nuestro panorama la presencia de lugares y cosas notables por su belleza, sucesos y gentes que nos colman de curiosidad por el hecho de ser distintos simplemente, lo real, por distinto se convierte en sublime, en belleza que no podemos expresar, que nos produce placidez, calma y sosiego. El simbolismo de las cosas, cambia con el entorno, variar de visual es modificar la realidad aparente de los elementos, desde la distancia cambian los juicios reales y probables de las cosas, es como mirar lo mismo desde distinto ángulo, así mismo, la distancia nos ayuda a valorar las cosas que tenemos, es querer más a quien queremos, es por ello que el viaje tiene una segunda parte, quizás más interesante que el hecho de partir, que es simplemente….. las ganas de volver.
Pocos lugares quedan en el mundo donde el hombre no haya posado su planta y reposado su cabeza, pero no por ello ha cesado en el deseo de investigar en nuevos destinos, de lanzarse a lo extraño, buscando la casualidad, la contingencia, gozando del placer que produce el riesgo y el peligro de lo fortuito.
Ciertamente, la historia de la humanidad está íntimamente ligada al flujo de civilizaciones propiciado por aventureros y colonizadores.
Viajar es una manera de aprender porque con ello ayudamos a nuestra cabeza a cotejar datos simplemente comparando todo lo que conocemos con lo nuevo que vemos y así nuestro pensamiento genera nuevas realidades virtuales, muy propio de nuestra fantasía por cierto, llegando a veces incluso a generar cierta adicción a esa manera de aprender, muy fácil y divertida, dicho sea de paso.