Hace muchos años ya, mientras ayudaba en el negocio familiar detrás de la barra, el destino quiso que una pareja de americanos me pidiera un par de copas de tío pepe con sus correspondientes tapas a una hora que no era propia de guiris.
En breves instantes comenzó una amena conversación en la que salía a relucir el respeto y admiración que ambos sentían por nuestra tierra, por nuestras costumbres y por nuestra gente.
A continuación me contaron una fascinante historia, su historia. La de una pareja de Connecticut, que elige que el gen del sur sea su estilo de vida, que lloran con un martinete y sonríen con unas bulerías, que piden la espuela a sabiendas de que no será la última ronda, que tienen guasa aún en los peores momentos, y que valoran la amistad por encima de todas las cosas.
Su calidad humana hizo que sintiera admiración por tan bellas personas, y con el paso del tiempo, sin saberlo, me convertí en uno de esos muchos amigos que cada año visitan, su otra familia, su familia de España, por lo que de alguna manera y en algunos momentos tuve el honor de formar parte de su historia.
Este año no podremos ver a mi tía americana por las calles de Ronda, pero ella es como una estrella, que aunque se haya apagado, brilló tanto que su energía sigue en el espacio y la seguimos viendo en el firmamento, y Diana es de esa clase de personas que ha sido tan grande e importante, que aunque falte siempre estará en nuestros corazones.