Los idiomas son un arma de trabajo en los tiempos que corren por motivos del proceso económico, tecnológico, social y cultural a escala mundial que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre todos los ciudadanos del mundo que nos está llevando a la llamada Globalización. En contra de lo que se dice, no es algo nada difícil y de hecho es lo que todo el mundo primero aprende en su vida, a hablar. Solo es cuestión de interés y algo de tiempo. Muchos pueden pensar que todos hemos aprendido bien nuestro idioma natal porque lo hicimos cuando éramos niños, y a esas edades se aprende fácilmente, pero no es cierto que sea así, y aprovecho para derribar una creencia muy antigua y consolidada. Me reafirmo a que un adulto tiene en todos los casos mayor capacidad para aprender que un niño gracias a las cuales un idioma se puede aprender en un año y hasta en menos tiempo, pero solo pueden hacerlo las personas de cierta edad y con un mínimo de capacidad que dispongan de tiempo y eso sí, suficiente interés para ello. Es cierto que hablar un idioma bien, mal o regular, tiene muchas diagnosis con distintas medidas y criterios, pero hablar una lengua sin adjetivos, es entenderte y que te entiendas con ella aunque estés el resto de tu vida mejorando. Muchos padres con mucho amor y plenos de ligereza, fardan afirmando que sus hijos hablan perfectamente el extranjero cuando solo llevan una temporada en Londres.
Algunos mayores, muy pocos, aprenden idiomas, pero los niños todos sin excepción asimilan su idioma natal desde pequeños y progresan con gran rapidez. La explicación es muy sencilla: lo hacen por obligación, por necesidad, por repetición, por constancia y por aburrimiento. Se resume en que no tienen nada que hacer que sea de mayor importancia.
-Por obligación. No le queda otra, ¿verdad? Los niños no pueden evitar escuchar hablar a los adultos las mismas cosas todos los días lo cual para ellos es una ventaja y no una capacidad como podría quizás suponerse.
-Por necesidad. Se ven en la obligación de aprender a expresar sus necesidades, como el hambre, el dolor, el deseo y con ello suplantan el llanto con el habla evitando tener que llorar para mamar como siempre se ha dicho, que el que no llora no mama.
-Por repetición. Los adultos dicen siempre las mismas cosas con mucha frecuencia, por lo que pronto éstas le serán muy familiares. Las madres suelen hacer preguntas cansina y repetidamente a los niños cuando perciben que su bebé las entiende.
-Por constancia. El niño aprende su idioma natal escuchando y hablando todos los días y durante muchas horas cada día desde que se levanta hasta que se acuesta. Los adultos van a una academia dos o tres horas por semana y de esta suerte, si el niño oyera hablar solo dos horas los martes y los jueves permaneciendo callado el resto de la semana, creo que no aprendería su idioma nunca.
Por último por aburrimiento porque no tienen nada mejor que hacer durante el montón de horas muertas o de poca actividad que tienen en un día, que muchos niños con buen criterio a veces la suplen hablando solos.
Cuando se comienza el estudio de un idioma en general se comienza con ganas y convencimiento, elementos que pronto se verán dañados cuando se produce el estancamiento por razones obvias. Al Comenzar de cero una palabra es algo y cuando se aprende otra ya es el doble y con dos más ya son cuatro que es el doble de dos y ocho es el doble de cuatro, etc., concluyendo que al comienzo el progreso es geométrico y el avance notorio. El dilema aparece cuando se conocen un número importante de palabras, supongamos 100, que aunque parezca mucho, no es suficiente para entenderse ni hablar el idioma y dos palabras nuevas que se aprendan a estas alturas, no representan un progreso notable que unido a otras dos o tres o cuatro que se olvidan producen un estancamiento que lleva al estudiante neófito a caer en la desidia y el abandono del proyecto.
Para aprender tiene que primar el deseo y si es vehemente mucho mejor. Supongamos que nos separamos por circunstancias de un ser muy querido y al cabo de un largo tiempo recibimos una extensa carta de cinco páginas de esa persona, que una vez leída podemos con toda seguridad recordar todo cuanto nos ha contado en ella. Si por el contrario empezamos a leer la historia de los reyes visigodos, cuando vamos por el segundo párrafo ya no recordamos ni siquiera lo que ponía en el primero. El entusiasmo no se puede perder y cuanto más se active mejor, para ello habrá que trabajar con una técnica adecuada que permita progresar felizmente y que haga la tarea agradable, algo fundamental para llegar hasta el final, pues es inherente a la condición humana la acción de desistir ante el menor contratiempo. No es cuestión de ser un superdotado, sino de eliminar los inoportunos frenos que persisten ante una inadecuada y antinatural técnica de aprendizaje. El aprendizaje se sigue como se siente porque el pensamiento genera realidades virtuales y forma su propia realidad llegando a veces, incluso a generar cierta adicción al aprendizaje lo cual es perfectamente factible si, gracias a nuestra manera de proceder, hemos generado el suficiente entusiasmo que supondrá para nosotros una de las cosas más bonitas y motivadoras de la vida: el autentico placer de realizar bien las cosas que nos gustan.
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