Entre el nauseabundo tufo de corrupción que desprenden las declaraciones del caso Bárcenas sobre la financiación irregular del Partido Popular y el enriquecimiento ilícito de sus principales dirigentes, llega ahora una nueva y pestilente vaharada: la del cancerígeno humo del tabaco que emanaba de los puros Montecristo, con cuyas cajas, según gentileza del extesorero del PP, se llevaba puntualmente al ministro, -y en negro, por supuesto-, el sobre con su comisión correspondiente.
Sabida era la afición de destacados próceres de la patria, como Felipe González, o el actual Presidente, Mariano Rajoy, a fumarse en público habanos de buena calidad: “Cohibas” y “Montecristo”, respectivamente. Digo “sabida era”, porque desde que salió la Ley Antitabaco (-por cierto promulgada bajo el mandato del extinto Zapatero-), para no fomentar tan dañino vicio, los medios de comunicación ponen especial empeño en no mostrar imágenes donde algún personaje público aparezca fumando; y quién más público que el mismísimo Presidente de Gobierno.
Lo que no sabíamos entonces, -en nuestra bendita inocencia de bienpensados ciudadanos-, es que esa pública ostentación del vicio de fumar posiblemente fuera la respuesta de ese cargo público al mafioso de turno para confirmarle que ya había recibido la cajita de habanos finos que solía acompañar al sobrecito marrón repleto de billetes de 500 euros. Algo así como decir con elegancia y sin levantar la voz: “Mensaje recibido. Dame un par de días que lo tuyo ya está hecho”.
El problema del tabaco es que está demostrado que fumar mata y crea impotencia, y que si el fumador quiere morirse de un cáncer de pulmón o de garganta, o pegar el gatillazo en la cama… allá él, pero cosa bien distinta es que por su culpa el fumador se lleve por delante la salud de los “fumadores pasivos” que pululan a su alrededor. Con esa idea se incrementó el rigor de la Ley Antitabaco: con la de preservar el derecho a la salud de los que antes eran obligados a tragarse el humo y fumarse “pasivamente” el humo del tabaco ajeno.
Políticamente la cosa no cambia mucho, y mientras el Presidente y sus Ministros se fumaban los puros que presuntamente les regalaban los mafiosos, de paso nos obligaban a los demás a tragarnos el humo y convertirnos por fuerza en “fumadores pasivos” y a padecer las nefastas consecuencias del el cancerígeno humo de sus corruptelas, esas que daban para pagar sobresueldos y hasta alcanzaban para ir regalando cajas de habanos finos por los despachos de las altas esferas del gobierno. El problema es que cada uno de esos puros se pagaba a precio de oro con alguna obra pública cuya licitación “casualmente” se fallaba pocos días después a favor de la empresa interesada.
Lo demás es fácil de suponer: Faraónicas inversiones de miles de millones de euros en aeropuertos fantasmas y en autovías desiertas que no iban a ninguna parte, que sólo se encargaban para que alguien se embolsara una suculenta comisión, y que acabaron provocando irremisiblemente la quiebra de muchos municipios. Luego vendría los recortes en las nóminas de los empleados municipales y la demora en el pago a proveedores que ha llevado a la ruina de más de un empresario, con el consecuente despido de sus trabajadores y el inevitable aumento del paro hasta límites de calamidad social. Y en medio de tanta ruina, a los bancos se les ha permitido enriquecerse con los locales y pisos que embargaban sin piedad a precio de saldo para satisfacer su insaciable sed de dinero.
El principal problema de los vicios de nuestros gobernantes, -los de ahora y los de antes-, es que son los ciudadanos los que sufrimos las consecuencias de sus desmanes. Si sus vicios les perjudicaran sólo a ellos, bueno iría, pero el problema es que ellos se fuman los puros y nosotros nos tragamos el humo de la corrupción, provocando un gravísimo cáncer social de imprevisibles consecuencias. La primera, predicar con el mal ejemplo y dar pie a una sociedad donde, por tal de “pegar el pelotazo”, prima la influencia, el soborno y el engaño; y la segunda, un daño irreparable al bienestar social que se ha llevado por delante la Ley de Dependencia, nos obliga al copago de medicamentos, ha reducido las becas y encarecido el precio de las tasas universitarias y ha rebajado el poder adquisitivo de las pensiones hasta límites cercanos a la indignidad, entre otras consecuencias.
Todo parece haberse convertido en una inmensa y hedionda cloaca de corrupción de la que pocos políticos se libran y que extiende sus mafiosos tentáculos hacia cualquier cosa que amenace su impunidad, especialmente contra la “peligrosa” libertad de prensa que osa publicar sus fechorías, o contra la independencia de la Justicia que les ha de juzgar. Que un medio de comunicación es hostil… se compra. Que un juez es riguroso, se le persigue o se le traslada desde el Consejo del Poder Judicial donde cada partido ha colocado previamente a sus jueces de mayor “confianza”. La prueba la tenemos en el mismo Tribunal Constitucional, donde su presidente (-no sabemos si éste también “fuma”-) ha sido militante del Partido Popular, lo que supone una evidente y gravísima vulneración de su imparcialidad a la hora de enjuiciar los asuntos que afecten al partido en el que hasta hace poco militaba.
Se equivoca el Partido Popular si creen que los ciudadanos vamos a esperar el dictamen de la Justicia para decidir nuestro voto en las próximas elecciones. Se equivocan porque los votantes, -que somos los que realmente sufrimos las consecuencias del humo de sus puros-, estamos hartos de escándalos y mentiras. Tenemos una sola bala cada cuatro años y le puedo asegurar que buena parte de esos más de diez millones de votantes de los que Vd. tanto presume, Sr. Rajoy, no tiene la más mínima intención de concederle una nueva mayoría absoluta para que Vd. y su partido la use como un cheque en blanco para cubrirse sus vergüenzas. Me temo que su suerte está echada, Sr. Rajoy.