La deuda pública es absolutamente incompatible con la democracia, puesto que compromete el futuro de futuras generaciones que ni siquiera han participado en el proceso electoral para elegir a los gobernantes que la contrajeron”. La frase,que busca mármol para inmortalizarse, se debe al economista y académico argentino Alberto Benegas, el cual puso el dedo en la llega respecto al peligro que representa para un país acudir sistemáticamente a esta deuda, la cual puede acarrear al colapso de todo el sistema político y económico de un país si crece de manera desmedida. Si echamos un vistazo a la deuda pública española “nos tiemblan las carnes”, que es lo se dice por mi tierra al sur del sur, cuando nos enfrentamos a un problema grave e irresoluble: ronda los mil millones. El Banco de España, según se desprende de su Informe Anual 2012 avisa de que tan colosal cifra no es sostenible financieramente. Más razón que un santo, oiga. Como la tiene cuando reclama cercenar el tamaño del sector público y “cantarle las cuarenta”, que también es una expresión popular de mi pueblo malagueño y serrano, a las comunidades autónomas sobre todo, empeñadas en dilapidar y tirar sin miramiento con pólvora ajena.
A este respecto no se puede pasar por alto sin manifestar conformidad con la medida decretada por el Ministerio de Hacienda días atrás: “El Estado asumirá tributos cedidos a las comunidades autónomas si éstas incumplen el plazo con un plazo medio el pago a proveedores”. Estas y otras medidas coercitivas como la no disponibilidad de créditos o la retención de éstos cuando así lo ratifiquen expertos enviados por Hacienda para evaluar las cuentas de la comunidad en cuestión,pueden servir de acicate para frenar sus dispendios descontrolados hasta ahora.
Uno, sin entender mucho los entresijos de la financiación del Estado, lo que sí quisiera es que mis hijos y los hijos de mis hijos no tengan que pagar las deudas de un país que otros dirigentes asumieron. Como reza la máxima que abre este escrito, esa práctica nada tiene que ver con esa democracia que algunos infladamente proclaman.