Opinión

Memoria/Grimau (Francisco Pimentel)

En Abril del 1963 hacía poco tiempo que yo había llegado a Madrid, pero el suficiente para que siendo joven, inquieto y de tradición familiar republicana y socialista hubiera contactado con otros jóvenes que aunque no se definían abiértamente estaba claro que aborrecían la dictadura, los grises, la censura. Las hojillas con el membrete de Mundo Obrero circulaban de mano en mano, muy dobladas y usadas, pero era la única publicación contra el régimen. Mis dudasy miedos se pusieron a prueba con el caso Julián Grimau. Oficialmente nada se sabía, como tantas otras cosas, pero estábamos más o menos al tanto de todo lo que le ocurría desde su detención, las torturas, el hambre, la sed, el sueño. A mí se me representaba cada día como si fuera el mismo calvario que había vivido mi abuelo Frasquito. Pasaba los días pensando en ellos y en la posibilidad de un milagro que librara a Julián Grimau de ser fusilado por los fascistas como había sido mi abuelo. Cuando llegó la noticia de su fusilamiento el 20 de Abril del 1963 fue el momento en que decidí volcarme totalmente en la lucha contra la dictadura y hacer lo posible por la libertad, la democracia y el bienestar de nuestro pueblo.

Julián Grimau nació en Madrid en 1911, su padre era inspector de policía y dramaturgo. Su abuelo Julián Grimau de Urssa fue un conocido médico y alcalde de Cantalejo. En su juventud militó en Izquierda Republicana y al estallar la guerra civil ingresó en el Partido Comunista de España. Pasó la guerra en Barcelona donde se dedicó a labores policiales. Al ser derrotada la República vivió en Francia. Fue uno de los dirigentes del PCE durante la época franquista. A partir de 1959 vivió clandestinamente varios años compartiendo la dirección con Jorge Semprún que luego fue ministro de cultura con Felipe González. Su actividad le hizo ser una de las personas más buscadas por la policía franquista. Tras su detención, fue condenado en un juicio sumarísimo y posteriormente fusilado. La prensa internacional volcó su atención sobre el caso Grimau y hubo manifestaciones en capitales europeas y latinoamericanas. Más de 800.000 telegramas llegaron a Madrid pidiendo la paralización de lo que se consideraba un juicio-farsa. Grimau había sido detenido en un autobús en el que viajaban únicamente él y otros dos pasajeros, que resultaron ser agentes de la Brigada Político-Social. Había sido delatado por un traidor que vivió en Marbella. Conducido a la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol fue torturado y desfenestrado desde un segundo piso lo que le ocasionó graves lesiones en la cabeza y las muñecas. Grimau explicó a su abogado que en la sesión de tortura sus interrogadores le arrojaron por la ventana esposado.

No fue acusado por militancia clandestina sino por rebelión militar. Fue la última persona condenada como consecuencia de la guerra. Procesado por un tribunal militar ejerció de fiscal Manuel Fernández Martín que nunca había estudiado Derecho y desempeñaba el cargo porque declaró que sus títulos se habían quemado durante la guerra. El defensor era el único con formación jurídica de la sala: el teniente abogado Alejandro Rebollo a quien la defensa de Grimau le costaría el puesto. Para Rebollo el juicio era nulo de pleno derecho de acuerdo incluso con las leyes franquistas. Sin deliberación se dictó como estaba previsto la condena a muerte. Este tipo de juicios sumarísimos por rebelión militar en aplicación de la ley creada específicamente para aniquilar a los republicanos no se producía  desde la guerra y acababan siempre con sentencia de muerte, tanto que los bedeles del tribunal se permitían decir de forma macabra: “que pase la viuda del acusado”. A las 5 de la madrugada del 20 de abril Julián Grimau fue llevado al cuartel para el fusilamiento. Correspondía a la Guardia Civil formar el pelotón pero sus mandos se negaron a hacerlo. El capitán general de Madrid rehusó también que fueran militares de carrera. Fue el propio Franco quien dio la orden de que los ejecutores de Grimau fueran soldados de reemplazo. Jóvenes asustados que dispararon a Grimau 27 balas sin acabar con su vida. Fue el teniente que mandaba el pelotón quien hubo de rematar a Grimau de dos tiros en la cabeza. Según confesó años más tarde este acto le persiguió toda su vida hasta el punto de que acabó sus días en un psiquiátrico. Impactada por la muerte de Grimau la artista Violeta Parra le dedicó estos versos “Mientras más injusticias, señor fiscal, más fuerzas tiene mi alma, para cantar”.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te pedimos la "MÁXIMA" corrección y respeto en tus opiniones para con los demás

*