Hace poco veía por televisión un documental de esos donde un aventurero profesional viaja por tierras inhóspitas. Se encontraba recorriendo uno de los inmensos desiertos australianos totalmente llanos e inacabables en que la supervivencia resulta enormemente difícil.
Iba acompañado por un grupo de aborígenes cuya vida en tan extremas circunstancias era la razón de tal película. Se narraban las habilidades de aquellas gentes para encontrar agua, sustento y cobijo en tierras tan extensas y duras sin llevar como equipaje más que sus taparrabos y escasas armas.
En una noche cerrada, sin referencias topográficas ni astrales para orientarse y sentados alrededor de un pequeño fuego, el aventurero habitual preguntó a estos peculiares personajes por la ubicación del norte, adonde se dirigían, y todos a la vez señalaron en la misma dirección. El perdido aventurero se quedó asombrado por la unanimidad y les inquirió por las razones para acertar con tal facilidad. Recibió una respuesta rotunda:¡Porque está allí!.
Al viajero le parecía algo casi sobrenatural, pero quedaba claro que un conocimiento directo, continuo y vital de su medio ambiente les permitía tanta contundencia sin más explicaciones.
Imaginen que en otro programa parecido este televisivo viajero hubiese venido a Ronda para investigar los valores de nuestra ciudad. En esta expedición habría estado acompañado por los Sentados en el Ayuntamiento, como personas supuestamente conocedoras de su ciudad. Creo que la mayoría son naturales de nuestro pueblo y, como ninguno es menor de edad, llevan viviendo aquí al menos tanto tiempo como aquellos aborígenes en sus desiertos, por lo que, con un mínimo de sensibilidad, deberían conocerla sobradamente.
El aventurero ya tenía suficientes noticias de lo que se iba a encontrar por la gran cantidad de relatos de otros que le precedieron, por ejemplo los viajeros románticos, y también había visto muchos reportajes de los tantos que se han hecho sobre este lugar tan atractivo y rico.
Reunidos a plena luz del día en la Plaza de la Ciudad les hizo la pregunta clave: ¿Dónde pondrían el norte de los valores a proteger y potenciar de su ciudad?. Tras unos minutos de duda estalló una batahola ininteligible de confusas respuestas. Una vez calmados los Sentados, el viajero les pidió, para simplificar el asunto, que se limitaran a señalar la dirección donde podría encontrarse ese bien a defender especialmente y los brazos de estos personajes respondieron cubriendo todo el aro del horizonte al señalar cada uno un lugar diferente e, incluso, alguno giró sin freno no sabiendo donde parar.
Viendo que el tema iba a resultar irresoluble el aventurero profesional, (“muy leído y escribido”), les rogó, tras reconocerles protocolariamente el magnífico conocimiento que derrochaban de la ciudad en cuyo Pleno se sentaban, que le indicasen algún libro, informe, documento o similar donde estos valores estuvieran claramente plasmados, para que él pudiese desarrollar el documental correctamente. Los Sentados, bastante desnortados, le dijeron que deberían reunirse en privado para decidirlo y tras un tiempo prudencial, (muy superior a los diez días que se exigen a cualquier ciudadano para completar un expediente), le mandaron un tocho gigantesco que consideraron el más idóneo: el PGOU, recién impreso en Jerez a todo color y en papel de muchos gramos por regma.
El pobre aventurero profesional después de días y días de lectura de un documento tan abstrusamente redactado e incapaz de descubrir ninguno de esos valores en tan voluminoso trabajo, llamó a su productor para decirle que sería mucho más interesante hacer el reportaje sobre un pequeño pueblo cercano donde todos tenían claro que el azul era lo más importante. El reportaje se difundió por todo el Mundo con gran éxito.
Los Sentados de aquel sitio no estaban tan Desnortados como los Nuestros.