Hoy voy a saltar por encima del ámbito local, (a pesar del susto que me da alejarles del PGOU tan secretamente urdido en Jerez), y me voy a arrogar la facultad de consejero de la Clase, (sí, ya lo se, se van a hartar de reír), porque está tan perdida en el fanguizal de las corrupciones que sus integrantes se dicen incapaces de encontrar soluciones que las frenen. Les resulta dificultoso lo que realmente es sencillo porque el pringue es tan espeso que vuelve misión imposible expurgar tanta mancha y, sobre todo, porque es más cómodo vivir regaladamente que con la obligada sobriedad de ser cargo público.
Les regalo Dos Propuestas para eliminar la corrupción de la esfera pública de forma rápida y segura y sin necesidad de pactos llenos de palabras hueras, rimbombantes discursos y falsos propósitos de enmienda. La correspondiente medalla para adornar el pecho de quien las lleve al Congreso; yo no diré ni pío.
En primer lugar hay que poner las cosas en su sitio. Lo habitual entre los profesionales de la Clase es afirmar contundentemente que la mayoría de los políticos son honrados. Pues no es así Señores. Voy a ser políticamente incorrecto, (me lanzarán anatema), pero seguro que estaré muy cerca de la verdad: la mayoría de los políticos no son honrados, al menos la de los que ocupan cargos. No lo digo a humo de pajas sino que lo argumento a continuación.
La honradez es una cualidad que caracteriza a quien la ostenta por una actuación justa, con rectitud de ánimo e integridad en el obrar. La sinceridad es su complemento cardinal. Por ello se considera que alguien es honrado cuando no roba, ¡evidente!, no estafa, ¡clarísimo!, o no defrauda. Y esta última actitud se puede aplicar también al terreno crematístico pero con más razón al de las promesas o proyectos. Pero además, el honrado cumple escrupulosamente con sus deberes. Y el deber más importante de cualquier cargo público es servir fielmente a sus administrados, o no se llaman servidores públicos a quienes forman parte de los poderes tradicionales de un estado: legislativo, ejecutivo y judicial.
Pues bien, díganme si conocen a muchos componentes de la Clase que desde su Sillón:
– No hayan mentido alguna vez.
– No hayan sido injustos con su pueblo.
– No muestren laxa irrectitud.
– No sea dudosa su integridad.
– No trajinen o maquinen para seguir allí.
– No hayan abusado del cazo.
– No se hayan subido el sueldo porque sí.
– No hayan colocado a los próximos.
– No hayan olvidado sus deberes.
– No hayan incumplido sus promesas.
En resumen, que no les hayan defraudado al hacer todo lo contrario, (o casi todo), desde el Sillón de lo que les prometieron desde la calle para conseguir su voto. ¿Qué conocen a uno?, por favor, díganme su nombre y me harán feliz.
Como soy arquitecto, tristemente he conocido muchas de las típicas trapisondas de los administradores públicos, y sus satélites, para conceder licencias o adjudicar obras. Desgraciadamente, los que dieron los sobres permanecen mudos ante la Justicia porque si no serían también declarados culpables a pesar de que, en la mayoría de los casos, se vieron obligados a ello para sobrevivir.
Así que ahí van mis dos propuestas, sencillas, claras y de implantación inmediata si hubiera voluntad:
1ª.- Los delitos por cohecho, o relacionados, prescribirán un año antes para los que han dado que para los que han recibido. (Se imaginan qué año tan horroroso habrán de vivir esos políticos que con total descaro se llevaron el sobre a casa).
2ª.- Las promesas realizadas en campaña electoral se depositarán en el correspondiente Órgano el día antes de la votación y el elegido que desvergonzadamente las incumpla o que sea incapaz de ponerlas en marcha en el plazo prometido será cesado de inmediato, (y sustituido por el siguiente más votado), y se le abrirá de oficio un procedimiento judicial por incumplimiento de contrato cuando menos. (¿Quién nos estaría gobernando ahora y que impuestos pagaríamos?).
Para ponerlas en marcha no hay que cambiar la Constitución ni son necesarios Pactos Anticorrupción. Solo se precisa Honradez.