Tanto hablar de dimisiones y tanto rezar para que algo así ocurriera, al final lo han conseguido. Decíamos que “aquí no dimite ni el Papa” y ahora va Benedicto XVI y lo hace, para dejarnos a todos con un palmo de narices y a muchos al descubierto.
Tenía una difícil tarea Benedicto ante la herencia de Juan Pablo II, un Papa hiperactivo y viajero con una fuerte personalidad y una incansable presencia en medios, era un icono omnipresente, algo muy difícil de continuar por el carácter germano del actual pontífice, más dado a labores intelectuales y a poner orden interno entre la curia y las altas instancias vaticanas, con escándalos a los que ha debido poner freno.
En todos lados cuecen habas y Benedicto XVI, antes de ver como la curia y los allegados podrían adquirir más poder del necesario, al verse debilitado por la edad (cualquiera lo estaría con 85 años encima) y ante posibles enfermedades (el silencio sobre este tema es sepulcral) ha tomado la valiente decisión de dejar de ser Benedicto para volver a ser el Cardenal Ratzinger. Podremos tener mejor o peor impresión o valoración del pontífice, pero no que no sea valiente ante una decisión dolorosa como la de dejar paso a alguien más joven, con más fuerzas y que le pueda poner más ganas.
Ahora entramos en un periodo de sede vacante, a partir del día de Andalucía a las 20:00 h. momento elegido para dejarlo, que nos llevará a un nuevo cónclave para elegir sucesor al dimisionario Benedicto.
Quizá ha llegado el momento de ser valientes por parte del colegio cardenalicio y elegir un Pastor para un rebaño que pide a gritos modernidad, actualizar la Iglesia para que se parezca más a los Cristianos y Católicos de a pie, que no los vean como algo lejano. Que no suceda como con los políticos y pensemos que no nos representan.