Es como había pensado comenzar este capítulo reflexivo sobre los valores de Ronda pero los hados periodísticos se comieron el remate del anterior y que le daba sentido, era este: … que con tan pocas letrillas no tengo suficiente. Seguiré.
Y sigo. La Ciudad y El Barrio. La primera como origen y el segundo como expansión primera son en conjunto o por separado suficientes para que Ronda viviese en la abundancia, tienen atractivos más que sobrados para justificar una visita que debíamos conseguir fuese imprescindible para cualquier turista que quiera presumir de conocer España.
La Ciudad, peñón imponente cuya fácil defensa hizo que todos los pueblos que han recorrido Andalucía lo habitasen en algún momento y dejaran aquí sus huellas. Tantas gentes en tan poco espacio dejaron un trazado tortuoso de callejuelas y plazoletas entre casas apretujadas que llegan hasta los mismos bordes del abismo.
Solo hacia el sureste resultó necesario amurallar el recinto con una potente, por la altura sobre la que se levantaba, cerca que remataba en el alcázar o Castillo, cuyos restos se encargaron de destrozar los franceses y que desaparecieron finalmente cuando los Moctezuma levantaron su palacio que, al poco tiempo, devino en colegio donde numerosos rondeños, y serranos en general, aprendieron a amar su pueblo, comarca y país. Hoy está abandonado a su suerte y casi desmantelado a excepción de María Auxiliadora, (se ha librado por poco de ser borrado del mapa por una actuación hotelera movida por “políticos” regionales y sigue amenazado por el Hipermegasupercentro comercial), sin que los Sentados actuales ni los anteriores, bien locales bien foráneos, hayan sido capaces de buscarle un destino acorde con sus inmensas posibilidades. ¡Con lo fácil que es!.
Hay otras dos cercas muy enfermitas. La primera, por donde nos conquistaron los Reyes Católicos, cierra el Arrabal a levante. Barrio que fue judío, plagado de tenerías y productiva ollería que ha llegado casi a nuestros días. Culmina en el puente de San Miguel, cuya intrincada puerta terminó de arrasar la Sra Duquesa de Parcent al plantar el jardín bajo el que aparecieron los Baños Árabes. Baños que se encontraban extramuros para aprovechar las aguas del arroyo de Las Culebras subiéndolas mediante una noria de sangre que siempre estuvo a la vista.
Es un terreno portentoso, de propiedad municipal y casi baldío en la actualidad que unos cuantos inconscientes, a principios de los noventa, proyectamos transformar en parque Ecoarqueológico, (desarrollamos una propuesta muy completa y atractiva pero que no adornaría la pechuga de ningún “político” porque a ninguno se le ocurrió, ¡tremendo error por nuestra parte!), donde los jóvenes rondeños, hogaño tan pobremente educados, descubrirían la vida y costumbres de sus antepasados, mediante una continua excavación arqueológica en la que podrían participar, y la geología y flora serranas, que se plasmarían en un riquísimo espacio entre murallas que ellos ayudarían a plantar y conservar, aprendiendo de este modo a conocer, respetar y amar su pueblo, historia y entorno. Hasta ahora ha sido imposible desarrollar una idea tan bonita y pedagógica, a la vez que barata, ¿lo conseguiremos algún día?.
La otra es la del Albacar, a poniente, recinto imprescindible para defender los ganados, que subían por la Puerta del Viento, de las galopadas hispanoárabes y acceso protegido para llegar hasta los Molinos, tan importantes entonces, atravesando la Puerta del Cristo. Hoy debería ser itinerario ineludible para andarines deseosos de conocer El Puente y El Tajo desde abajo y disfrutar de un espacio que, desgraciadamente, es desconocido para el noventa por ciento de los rondeños como poco, ¡aunque parezca mentira!.
Nos queda la cerca llamada de Almocábar porque daba frente a este, (el cementerio), pero creo que tendré que concluir aquí sin poder, de nuevo, terminar la reflexión: es tanta Ronda y tiene tanto…