Acceder al interior de un laboratorio de Gemología (ciencia que estudia la clasificación de piedras preciosas) es casi imposible, estando reservado su entrada para los profesionales que trabajan en el mismo o para clientes muy específicos con piezas únicas que quieren someterlas a un exhaustivo examen.
A pesar de ello, Manuel León, un rondeño con el título internacional de gemólogo, graduador de diamantes por el HRD y tasador de joyas y alhajas, accede a mostrarnos sus instalaciones y contar algunas de las técnicas que hacen saber si realmente estamos ante una pieza única, su calidad y hasta su país de procedencia. De igual modo, también son capaces de detectar si realmente nos han vendido la pieza que creemos haber comprado o hemos sido víctima de un engaño.
En su interior, las instalaciones poco difieren de los conocidos laboratorios científicos. Microscopio, refractómetro, polariscopio, espectroscopio o cámara de ultravioleta son algunos de elementos imprescindibles para el análisis y clasificación de gemas. Tampoco faltan los utensilios más conocidos como la lupa de diez aumentos y las pinzas, básicas para cualquier gemólogo.
Las técnicas empleadas permiten conocer el origen de cualquier piedra preciosa, excepto los diamantes, siendo posible identificar su país de procedencia y algunos de los casos hasta identificar el yacimiento del que fueron extraídas. Cada una de ellas tiene sus peculiares características, que son únicas para cada una de ellas.
Además, como si de un humano se tratase, también cuentan con su ‘huella dactilar’, que se obtiene con su índice de refracción, un valor que no falla e identifica sin error ante qué tipo de gema nos encontramos. No obstante, a unas 200 no es posible hacerles esta prueba, por lo que el reconocimiento tiene que ser visual. Entre ellas se encuentra algunas como el Apatito, la Zoisista o la Unakita.
Este tipo de expertos son los encargados de confirmar si realmente tenemos la joya que pensamos o su valor es mucho menor. Precisamente, por el laboratorio de Manuel León han pasado muchos clientes buscando esa confirmación. Entre uno de los casos más importantes recuerda un par de esmeraldas que tras ser sometidas a las correspondientes pruebas resultaron ser simples vidrios, lo que dejó su valor por los suelos. También es frecuente descubrir diamantes que resultan ser circonitas o aguamarinas que son espinelas sintéticas.
De igual modo, también se puede identificar si estamos ante una esmeralda de gran valor o es una pieza que ha sido sometida a tratamiento, algo que suele hacerse introduciéndola en aceite para dar un color más oscuro, al rellenar los llamados ‘jardines’ de su interior. Ese hecho es la diferencia que hace que su valor en el mercado para una misma pieza pueda pasar de 80 a 700 euros. Un detalle que es imposible comprobar sin ser sometida a análisis.
No obstante, analizar una piedra preciosa no es cuestión fácil, ya que son 47 los parámetros que tienen que ser medidos, y que se pueden ampliar a 61 para un análisis mucho más detallado.
Ante las posibles dudas, León, recomienda comprar piezas que cuenten con el correspondiente certificado de calidad de laboratorios independientes, en especial, si se pretende adquirir piezas de gran valor.