Decir ‘Don Juan’ en Ronda y en otras muchas partes de nuestra geografía no requiere apellidos. Indudablemente, la historia de nuestra ciudad en el último siglo, y de gran parte de sus gentes, no se comprendería sin la referencia obligada a persona tan singular e ilustre.
D. Juan de la Rosa Mateos nace en Grazalema (Cádiz) el 16 de octubre de 1912. La muerte temprana de su padre deja a la familia en una situación difícil. En 1921 ingresa en el Seminario de Málaga, que dejará pasado un tiempo. La imagen de su madre viuda, pidiendo dinero a un prestamista para sacar la familia adelante, en una época en que la usura campaba a sus anchas, causa en él una profunda impronta que parece indicarle su camino en la vida, dedicada a ayudar a los más necesitados. Sin duda, también contribuyen a ello los años de formación eclesiástica y el conocimiento de la Doctrina Social que, junto a sus profundas convicciones cristianas, lo van forjando para acometer la ingente labor desarrollada hasta el final de sus días. No es casualidad, sino altamente significativo que, por expresa indicación suya, su despacho –tras la mesa habitual de trabajo- esté presidido por un lienzo de mediano tamaño que representa al Maestro en el Monte de las Bienaventuranzas.
Comienza a impartir clases en Ronda, compartiéndolas con su trabajo en el Monte de Piedad y Caja de Ahorros de la ciudad. Su magnífico hacer le convierte en director, poniendo en marcha su afán de buscar para los demás todos los beneficios posibles, convirtiendo los recursos económicos en inmediatos factores de bienestar popular.
Contrajo matrimonio en 1935 con Dª Rosario Moreno Jiménez, del que nacieron cuatro hijos: Pepita, Francisco, Juan Luis y Auxiliadora. El 18 de septiembre de 1936, el consejo de administración de la entidad acuerda nombrarle director general de la Caja, que alcanza bajo su dirección cotas impensables. La ingente labor desarrollada desde entonces y sus numerosas obras sociales (bibliotecas, colegios, escuelas de arte, colonias infantiles de verano, etc…), le convierten en una persona admirada y admirable y, sin duda, irrepetible. Murió, a los 72 años, el 24 de octubre de 1984, poniendo punto y seguido a una vida dedicada sin reservas a hacer el bien en la medida de sus posibilidades y hasta donde sus fuerzas le permitieron.
En esta línea, contribuyó en gran medida al desarrollo regional y nacional. Prueba de ello su indiscutido papel como impulsor de la Costa del Sol o su vicepresidencia en la empresa pública de desarrollo de Andalucía (SODIAN). Sus meritos personales y profesionales le fueron reconocidos desde época bien temprana: En 1960 es nombrado presidente de la Federación de Cajas de Ahorro de Andalucía. En 1961 se le concede la Cruz de Caballero de la Orden de Cisneros. La Gran Cruz de Beneficencia (1966) y en 1968 la del Trabajo, entre otras, así lo acreditan.
Con motivo de su muerte se erigió un mausoleo en el camposanto de San Lorenzo, donde reposan sus restos. Son muchos los que allí acuden cada noviembre para dedicarle una oración como a un familiar más. Es el homenaje agradecido de personas individuales y sencillas. También en aquel entonces se alzó un monumento, obra de uno de los más prestigiosos escultores nacionales, cuyo emplazamiento debía ser obvio: La plaza del Teniente Arce (antiguo solar del Teatro), en la confluencia de Virgen de la Paz (San Carlos) y Carrera Espinel, arteria principal de la ciudad que tanto le debe, con la mirada ya inerte en el espléndido edificio -levantado sobre el solar del antiguo Café Nacional- que durante tantos años fue la sede central de la Caja de Ahorros de Ronda, donde consumió y a la que dedicó la mayor parte de su vida.
Quizá ahora, con motivo del centenario de su nacimiento y XXVIII aniversario de su óbito –y con la perspectiva del tiempo que, nunca mejor dicho, pone a cada uno en su lugar- sería el momento idóneo para emplazarlo en el lugar que por justicia le corresponde, trasladándolo desde su actual ubicación, en la entrada de la residencia Parra Grossi (También es obvio quien habría de ocupar el lugar que entonces quedaría libre: Una estatua o busto de D.José, otra persona que no necesita apellidos).
Ese es mi sentir y no creo equivocarme si digo que lo es, con amplio consenso, el de toda la ciudad. En cualquier caso, queden al menos estas líneas como testimonio público de lo que aprendí de niño: De bien nacido es ser agradecido.
Hace unas semanas nos dejaba también Francisco, su fiel colaborador durante tantos años. Querían celebrar esta efeméride juntos. Vaya desde aquí también nuestro recuerdo a todo un ejemplo de fidelidad, constancia, labor diaria callada y entrega sin reservas a la persona y a la institución.