Un año más, con la precisión astronómica que marca el calendario, llega agosto y con él sus cabañuelas, —las tornas y las retornas—, que como sabe el avezado lector es el empeño de los hombres, un tanto estéril, por predecir la climatología del año que está por llegar. Esto de las cabañuelas hunde sus raíces en la antropología más profunda del ser humano, en su permanente desafío por buscar, primero su subsistencia, y luego su prosperidad si es posible. Nos guste o no, los hombres somos seres miedosos y frágiles en sí mismos, y seguimos dependiendo del cielo para que la lluvia haga medrar los cultivos y menguar la hambruna. Otra cosa es que luego los hombres acertemos a administrar con talento los bienes que recibimos, porque hay quien es feliz con lo que tiene, y quienes por mucho que tienen se encuentran permanente insatisfechos e intentan consolarse por la vía del consumismo.
Eso es lo que parecen decirnos los líderes europeos: —que los españoles estamos en crisis porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades—, y algunos, sin duda, pecarían de ello; pero como dice el refrán que —más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena—, les puedo asegurar que conozco a muy pocos que así lo hicieran. Lo que pasa es que a Alemania le conviene mantener esta situación de penuria que estamos padeciendo, porque mientras España se financia al siete por ciento de interés, ellos lo hacen prácticamente a coste cero. Siempre fue bueno que hubiera niños para echarles la culpa de los estropicios… aunque la mayoría de las veces son otros los que tiraron la piedra y luego escondieron la mano.
Me refiero a los bancos, porque tiene cojones que esta ruina, —que está llevando a la desesperación y a la indigencia a miles de compatriotas—, no tenga otros culpables que la codicia de un sistema bancario que pretendió acrecentar su riqueza por la vía del urbanismo, las hipotecas basuras y el timo de las participaciones preferentes. Ahora sabemos que todo era humo, pero nuestros “socios” europeos pretenden, —con la patraña insistentemente repetida de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”—, que las consecuencias las paguemos los ciudadanos de a pié a base de recortes y de que vivamos a partir de ahora por debajo de nuestras necesidades, menguando las pensiones y recortando los derechos más elementales en educación y sanidad.
Hace más de medio año que las huestes del general Rajoy sentaron sus nobles posaderas sobre los mullidos escaños del gobierno, y por ello es tiempo propicio para hacer un primer balance de su gestión. No sé la certidumbre que tienen las cabañuelas, porque más allá de lo pintoresco, luego, de un año para otro, se me olvidan los pronósticos y acabo siguiendo las evoluciones meteorológicas por los partes del telediario o por internet, que es lo que se lleva ahora; pero se me antoja que el programa electoral de los populares, —después de asegurar que no subirían los impuestos, ni recortarían en sanidad ni en asuntos sociales—, tiene a estas alturas la misma credibilidad que las cabañuelas tornas, que a decir de los sapientes campesinos son menos fiables aún que las retornas.
Sea como fuere, me toca las narices que el gobierno pida sacrificios a los ciudadanos para poder pagar un crédito que va destinado precisamente a los bancos que propiciaron con su codicia la ruina de este país, y me molesta aún más que siga sin darse cuenta de que, antes de apretarles el cinturón a los españolitos de a pie, tiene una larga lista de políticos inútiles a los que podría suprimir directamente. Ahora que tocan a rebato y a recortes, aplíquese el cuento Sr. Rajoy y empiece por suprimir Senado y senadores, las Diputaciones Provinciales con sus diputados, reduzca a la mitad los parlamentarios del Congreso y de las diecisiete autonomías y, sobre todo, Presidente, apruebe de una vez por todas un sistema de listas abiertas para que los ciudadanos podamos decidir libre y directamente sobre la capacidad de los políticos que queremos que nos representen, porque la mayoría de los que hay dejan mucho que desear.
Tome nota Sr. Rajoy, no vaya a ser que sus diputados acaben asaltando supermercados como hace el demagógico líder de Izquierda Unida, Juan Manuel Sánchez Gordillo, (—que manda güevos que al que roba no se le pueda detener por muy diputado de la gran ídem que sea—). Si el líder sindical quiere predicar con el ejemplo lo tiene fácil: que renuncie a su sueldo como parlamentario andaluz o que cobre como mucho dos veces el salario mínimo interprofesional, —eso sí lo entenderían los currantes en el paro o los campesinos sin subsidio—, pero que no se meta a robar en los hipermercados y menos con la bandera andaluza al hombro, porque luego dirán los catalanes que si los andaluces vivimos del cuento y del subsidio, o que si nos pasamos la vida durmiendo la siesta y en el bar, y ahora que robamos impunemente lo que no somos capaces de ganarnos con el sudor de la frente.
Si perseguía usted un fin mediático, Sr. Gordillo, con una actuación que le asemeja más a la figura de José María “El Tempranillo” que al Ché Guevara, indudablemente lo ha conseguido, pero a costa de ultrajar a nuestra bandera y a todos los andaluces, incluida la memoria de Blas Infante, —que hoy precisamente hace 76 años que pagó con su vida su entrega por nuestra tierra—. Yo no sé si usted sudará mucho para ganarse el sueldo que cobra de todos los andaluces, —me pega que no—, pero por favor no dañe más la imagen de Andalucía, porque le aseguro que la mayoría de los andaluces de vagos tenemos poco y el día nos amanece trabajando, pues ya hace tiempo que no nos fiamos de las cabañuelas que echan los políticos que, como si fuera el cuento de la lechera, te aseguran que mañana lloverá y ya mismo florecerán brotes verdes.
cucuchu
Antonio se te ha olvidado los cargos de confianza que hay a miles por toda España en todas las Administraciones Públicas. Y que todavia no me he enteredo para que sirven.