Redonda, voluminosa, roja como sangre de toro, refrescante. La sandía es por antonomasia el postre del verano y el preferido de todo andaluz que se precie. Sería difícil encontrar un hogar de las ciudades, pueblos y villorrios del sur donde tras el almuerzo del mediodía no suba a la mesa este fruto que pone punto y final al ágape.
Rastreando en la etimología de su nombre veremos su origen árabe hispánico: sandiyya, la llamaban los que durante ocho siglos ocuparon el solar castellano hasta su expulsión. Esta cucurbitácea oriunda del África tropical viene refrescando las gargantas de los humanos desde los tiempos borrosos del antiguo Egipcio. Desde allí a las tierras ribereñas del Mediterráneo, un paso.
Mis abuelos, en contacto desde su niñez con los frutos del campo malagueño y de la Serranía de Ronda, me enseñaron que para saber si la sandía está madura – si no lo está es incomestible – había que dar unos golpecitos con la palma de la mano y debe sonar a hueco. También me instruyeron sobre su cultivo, mostrándome en sus rugosas manos las simientes que irían a parar a la tierra recién labrada para hundirse en lo más profundo de ellas hasta el tiempo de la floración: exigencias climáticas, de suelo, labores, plantación, acolchado, tunelillos, poda…Seguí con la curiosidad infantil sus explicaciones, pero jamás tuve la ocasión de ponerlas en práctica.
Creo que no me lo perdonaré jamás.
Hoy los horticultores de la anarquía malagueña, con los que comparto ratos de atardeceres gloriosos en mis paseos vespertinos, me aclaran que pueden sembrar hasta cuatro tipos de sandía distintos. No ha de extrañarnos, pues, que en el super de turno se disputen los muebles expositores las negras, y las verdiblancas; unas y otras con y sin las engorrosas pepitas en el interior.
De la sandía se ocuparon escritores célebres poniéndola en labios de los protagonistas de sus obras o introduciéndola en fragmentos de descripciones bucólicas. De Pablo Neruda son estos versos: “… por este fragmento de frescura / dejo caer / la fruta / rebosante: / se abren sus hemisferios / mostrando una bandera / verde, blanca, escarlata / que se disuelve / cascada, en azúcar / ¡en delicia!”. El rojo fruto exaltado a través del bello lenguaje poético del poeta chileno y universal.
Pero atengámonos a nuestra tierra, a Málaga, sin ir más lejos, y parémonos en el candente decir de Salvados Rueda: “Cual si de pronto se entreabriera el día /despidiendo una intensa llamarada, / por el acero fúlgido rasgada / mostró su carne roja la sandía./
Carmín incandescente parecía / la larga y deslumbrante cuchillada, /como boca
encendida y desatada / en frescos borbotones de alegría. /Tajada tras tajada, señalando/
las fue el hábil cuchillo separando, / vivas a la ilusión como ningunas. / Las separó la mano de repente, / y de improviso decoró la fuente /un círculo de rojas medias lunas”.
¿Y qué decir de sus propiedades terapéuticas? Tendríamos para largo. Además de saciar la sed, depura la sangre, limpia los intestinos arrastrando residuos tóxicos, combate la presión arterial y refuerza el sistema inmunológico. ¿Se puede dar más?
La sandía precede en el tiempo a otra planta de la misma familia herbácea oferente de otro fruto refrescante y apetitoso: el melón. Ambos se dan la mano en la culminación del verano para proporcionarnos el final feliz de una buen a mesa. Pero de éste hablaremos en otra ocasión.