Fue una de esas batallas que los historiadores califican como de las más prodigiosas que vieron los siglos. Ttuvo lugar en los campos de una perdida aldea jiennense del municipio de La Carolina en 1212, un 16 de julio por más señas: la de las Navas de Tolosa. Ahora acaban de cumplirse lo ochos siglos y conviene recordarla en estos tiempos actuales de quebrantos de la economía y desunión de regiones que abolieron la causa común para el bien de todos.
Los campos y penillanura de la aldea de las Navas de Tolosa (originariamente Navas de La Losa), en las proximidades del desfiladero de Despeñaperros, un pasillo rocoso que traza los límites geográficos de la meseta Central y Andalucía, a dos pasos de la mítica sierra Morena, refugio oscuro y ancestral de bandoleros y contrabandistas, sirvió de escenario a esa batalla campal que torció los planes de la Media Luna y supuso el principio del fin de su decadencia y posterior expulsión del territorio peninsular ibérico.
Conviene recordar los prolegómenos de esta batalla porque en ellos se encierra al fin un sentimiento de unidad y un afán de anteponer a las discrepancias de los reyes cristianos la empresa común de derrotar a un invasor implacable, que entonces, tomaba cuerpo en el pueblo almohade, el cual desde las regiones montañosas del Atlas africano extendieron su poderío hasta subyugar al-Andalus, desmembrada en reinos de taifas.
Herederos de un imperio cabileño, los almohades, cuyos seguidores se conocieron como ´partidarios de la unidad´, modificando sustancialmente el dogma islámico, aprovecharon la circunstancia de la división andalusí para dominarla y desde esta región saltar sin más contratiempos bélicos a los reinos cristianos sumidos en disputas ancestrales.
Previamente a la de Las Navas, una expedición cristiana comandada por Alfonso VIII de Castilla a las tierras andaluzas fue ostentosamente castigada por Yusuf II en Alarcos, en los aledaños de Ciudad Real (julio de 1195), en cuya fortaleza no dejó piedra sobre piedra. Nada pudieron hacer las órdenes militares. Entendió bien el monarca castellano que o se unían los reinos cristianos haciendo frente común contra el invasor almohade o la Reconquista emprendida sería estéril y condenada al fracaso. Atestiguaban este temor del monarca los sucesivos ataques de los antiguos beréberes que solo se detuvieron en las fronteras de León y Castilla. Este último reino inmerso en rencillas entre la nobleza (los Lara y los Castros) y decaído su poderío anterior por la muerte de Alfonso VII y la guerra con Navarra.
Castilla, Navarra y Aragón y los jerarcas nobles de estos reinos, los cuales veían peligrar sus sinecuras se aprestaron a detener al moro invasor (aunque al final no participaron en la contienda). El papa Inocencio no dudó en conceder a la desigual batalla que se avecinaba el carácter de cruzada, lo que animó a muchos creyentes a nutrir las filas de los reyes cristianos. Porque la batalla de las Navas de Tolosa, bajo el estandarte de la cristianidad, fue en efecto, desigual. Los unidos reinos cristianos aprestaban en sus filas a poco más de 80.000 combatientes, mientras el ejército invasor sobrepasaba en las suyas los 120.000. Pero el mayor número de las huestes enemigas no arredró a las de los cristianos, ansiosos de acabar con el imperio usurpador del solar hispano.
La derrota de los esbirros del califa Al-Nasir fue completa. Tinto en sangre de uno y otro bando el páramo castellano-andaluz, los vencedores cristianos, además del riquísimo botín. Una nueva era se iniciaba para la España hasta entonces abajo el yugo opresor de los musulmanes,
Escribe Claudio Sánchez Albornoz : “Entre al milenario orgullo galo que ha llevado a los historiadores del país vecino a datar en Poitiers (732) la salvación de la cultura europea de la arrolladora marea islámica, creo más exactamente afirmar que aquélla fue salvada por Pelayo en Covadonga”. Nada que objetar a la afirmación del ilustre profesor. Sus estudios (Orígenes de la Nación Española’), empero, solo abarcan hasta finales del siglo X y el fin de la monarquía asturiana. Seguramente habría extendido este mismo parecer, completando el anterior, hasta el 16 de julio de 1212, cuando la aspereza de la tierra, la unión de los reinos y la bravura de la población cristiana se unieron para hacer posible la tremenda pelea y la posterior victoria de las Navas de Tolosa.
Ronda, sin embargo, sorteando momentos felices y aciagos en su dependencia del reino nazarí de Granada, no fue conquistada hasta el 24 de mayo del 1482, cuando sólo faltaban diez años para un descubrimiento sin precedentes en la Historia: el colombino, con la ayuda material de los Reyes Católicos. Se eclipsaba el poder musulmán y la mezquita y al-madrasas y escuelas corónicas fueron sustituidas por iglesias y conventos, al mismo tiempo que las reparticiones hicieron posible el asentamiento de nobles caballeros castellanos y con ellos la construcción de palacios y casas solariegas que hoy admiramos.