No me corresponde a mí pedir disculpas, pero siento vergüenza ajena por pertenecer al mismo partido que Andrea Fabra, la soez diputada del Partido Popular, tristemente famosa por desear que se “jodan” los parados cuando a partir del sexto mes se les reduzca a la mitad la cuantía de su prestación por desempleo; como si en un país con más de cinco millones de parados fuera tan fácil buscarse una nueva colocación. Ella dice que sus groseros insultos iban dedicados a la bancada socialista en el Congreso, y aunque yo no me lo creo, eso tampoco justifica su actitud.
Pero lo peor de todo no son los insultos en sí mismos, ni la falta de respeto que muestra al proceder con tan malos modales y con tan poca educación en la más alta institución del estado. No, lo peor es que Andrea Fabra es una más de los numerosos hooligans que desgraciadamente parasitan la vida política española. Cuarenta años de democracia y nuestros parlamentarios tienen menos espíritu crítico y demuestran menos educación que su predecesores en el cargo: los antiguos Procuradores en Cortes.
Hoy, para dar una falsa idea de unidad, los partidos políticos buscan fanáticos que aplaudan sin chistar los discursos de sus líderes (-lo de líderes es un eufemismo, tal y como está el patio-) y silben o abucheen las intervenciones del adversario político. También, cuarenta años después, seguimos con las recomendaciones y viendo a los niños y niñas de papá ocupando cargos públicos en nuestras instituciones; y esto no pasa en todos los partidos.
La crisis hubiera sido una magnífica oportunidad para que Mariano Rajoy, en su calidad de presidente del Partido Popular, y sabedor de que iba a ser el próximo Presidente del Gobierno, hubiera exigido a las agrupaciones regionales del partido que compusieron las listas electorales con candidatos de mejor currículo.
Aunque son inadmisibles, no me asustan los insultos de una impresentable diputada, me asusta su fanatismo, porque una persona que llega tan alto por ser hija de papá y no por sus propios méritos, llega a creérselo y a despreciar a los demás. Por lo demás, sus insultos sólo demuestran una cosa: -su mala educación-, pero el fanatismo de la diputada Fabra me da miedo, porque los fanáticos sólo tienen una idea y cuando esa idea es equivocada pierden el rumbo y acaban cayendo en el odio y la violencia. Ahí está la historia para corroborar lo que digo.
Nunca más que ahora es imprescindible prestar atención a las críticas y al debate interno en los partidos; sobre todo en el partido Popular, que es el que soporta la responsabilidad del gobierno en momentos tan difíciles para España, y sobre todo promocionar a los más preparados a los cargos de mayor responsabilidad. Eso se llama “recuperar la sociedad del mérito”, es decir: Que cada cual ocupe los puestos según su experiencia, capacidad y mérito.
No hay otro camino. Tolerar a hooligans y radicales en el partido, -y menos aún en las gradas del Congreso-, es un error de incalculables consecuencias para la política y para los intereses de España. Desgraciadamente hoy prosperan los maleducados, los fanáticos y los que acuden a la política a medrar, buscando ganar cien millones en cuatro años. Por eso sabe a poco la amonestación del Presidente del Congreso a la maleducada parlamentaria popular. ¡Échenla directamente, antes de que otros nos vayamos!