La comarca de Ronda, que a decir de Rainer Rilke, el poeta enamorado de Ronda, “ más que cualquier otro lugar de Andalucía ejerce una intensa seducción sobre las imaginaciones”, sometió a la población por la fragosidad del relieve a un aislamiento secular. Contrabandistas y bandoleros buscaron refugio en sus breñas con la pátina de romanticismo decimonónico inherente, pero esto con ser mucho en cuanto a la atracción que pueda representar para el turismo, no lo es todo.
La atormentada geografía serrana ha planteado dificultades al desarrollo de la agricultura, capital en otras provincias andaluzas, propiciando el exceso de propiedades campesinas minúsculas, merced a técnicas obsoletas. Ni el Guadiaro ni el Genal pudieron impulsar la extensión de los regadíos. Sí cabe destacar la importancia económica de la ganadería porcina, la cual dio pie a una industria chacinera artesanal (años 50 y 60 del pasado siglo, que coincidió con el de remesa de divisas de los emigrados a centroeuropa ) que, caso de Benaoján, conquistó mercados inimaginables. Pero eran otros tiempos. Hoy la industria chacinera languidece a ojos vista. En el pueblo mencionado de más de una veintena de fábricas de mayor o menor extensión y producción quedan alrededor de media docena. En el resto de pueblos fueron desapareciendo paulatinamente.
Pero los serranos se mostraron siempre emprendedores, es algo intrínsico en su naturaleza. Y esta cualidad subsiste hoy, pese a las condiciones adversas. Así ha surgido en los últimos años un movimiento que trata de acelerar la economía del interior: el del turismo rural. Menos fábricas, pero hotelitos y casas de campo por doquier, por lo general promovidos por empresas familiares. Lo que con ser significativo no resuelven el problema acuciante del paro y de la marginación social de buena parte de la población. Una población que a remolque de del deterioro económico ha ido descendiendo alarmantemente.
La Coordinadora del Voluntariado de la Serranía de Ronda, a la que hay que agradecer su empeño, con la ayuda de organizaciones andaluzas y europeas, en fomentar el cooperativismo, la unión de los pueblos y la explotación de los recursos naturales, acaba de poner el dedo en la llaga: la mitad de las familias serranas viven con menos de 400 euros al mes. Y se supone que no mencionan los parados de larga duración que recurren al entorno familiar y las raquíticas pensiones de los padres para subsistir.
El drama latente toma cuerpo en los ayuntamientos de la zona. El de Cortes se ha visto obligado a recurrir a la Diputación Provincial para la obtención de un adelanto de 130.000 euros para atender las nóminas de los empleados, algunos dispuestos a un encierro en sus dependencias. No es más halagüeña la situación de otros consistorios del entorno.
En este contexto, no dejan de ser preocupantes las declaraciones del Ejecutivo central en cuanto a la decisión de arrebatar competencias a los pequeños ayuntamientos que no puedan financiarse para atender los servicios que los ciudadanos requieren. De ahí a eliminarlos u obligarlos a la fusión, un solo paso.
La Serranía, más allá de la leyenda que enhebra los pueblos entre sí y de un paisaje que guarda celosamente su riqueza, mantiene viva la historia de su caudal humano. Gentes que con tesón levantaron industrias de la nada y supieron llevar más allá de sus riscos productos marcado siempre con la vitola de la distinción y lo bien hecho, merecen que las administraciones públicas no los olviden. Que la casi penuria en la que muchas familias se ven sumidas reciban el aliento necesario para que sus pueblos no se deshabiten y sus campos se conviertan en eriales. O sea, instituciones capaces de infundirles fuerzas para que, quizás emulando la frase y el deseo de Blas Infante referida a Andalucía les diga: Levántate y anda.
Y la súplica hecha poesía. Trastocando levemente los versos de Antonio Machado: “¡Pueblos y caseríos / en la margen de los ríos/, en los pliegues de la sierra!…/ ¡Venga Dios a los hogares / a las almas de esta tierra/ de encinas y olivares!”.