Opinión

Mi terraza desde tu balcón (Manuel García Hidalgo)

Aunque terraza y balcón son sinónimos recíprocos, hay matices que lo distinguen, desde el punto de vista físico por ejemplo hay una diferencia de alturas, la terraza está a ras del suelo o la tierra y el balcón es una superficie volada que como mínimo está en el primer piso. Desde los balcones suelen saludar las autoridades cuando presiden festejos o dan discursos, es propio para ciudadanos que dejan de ser de a pie cuando alcanzan puestos políticos y seguridad vitalicia para lo que solo han tenido que ir en la lista del partido. Una vez en el puesto se convierten en más breves, como si estuvieran faltos de tiempo, utilizan el reojo para mirar, tienen prisas y sus miradas son selectivas, cuando van de misiones aunque sea a la hora del vino o la cerveza, van delante del cortejo, llámese cortejo a la suma de cada uno de los que pagan la invitación, suelen llevar carpetas de piel aunque no se sepa para qué se quiere una carpeta a la hora de la siesta, a muchos le salen tics nerviosos propio de aristócratas que de no hacer nada llevan más energía que cosas que hacer. No me refiero a todos, solo a la mayoría, el resto, a los menos le pasa lo contrario o simplemente no le pasa eso, por infortunio visto lo visto, pocas veces se tiene la suerte de tener a gentes normales en el mando. Metafóricamente es difícil que un señor de un balcón se entienda con uno de una terraza, o como pasa en el fútbol, los de la grada sur no se entienden con los del palco. Cuando los políticos se sientan en su silla las cosas cambian e incluso lo peor es que cambian ellos también y no responden a lo previsto. Durante el mandato se asienta en ellos un estilo de vida que graba sus cerebros y solo con mucho esfuerzo y con algunas terapias de apoyo, el que lo consigue, vuelve a ser gente normal, mientras tanto después de perdido el mando se ven obligados a ir vestidos de alcalde después de ya no serlo. Con motivo del verano, muchos empresarios ven en las terrazas una oportunidad en el negocio de bares y restaurantes, pero al parecer hay oídas divergencias entre dueños de las terrazas y señores del ayuntamiento (de balcón) sobre número de veladores, sillas, distribución y lugar de las mesas, implantando sus consideraciones puramente subjetivas como normas de obligado cumplimiento para los demás. Este problema se puede ver agravado cuando la casa del balcón y la terraza son colindantes y a los señores del balcón les molesta el ruido de la gente y ven perturbada su paz.

Aunque los sinónimos se distinguen solo por pequeños matices, a resultas de lo habido y expuesto encubren grandes diferencias. La manipulación que se hace con los significados de palabras que según el diccionario expresan lo mismo, genera una gran controversia que cada político utiliza a su antojo y conveniencia explorando posibilidades futuras basadas en indicios presentes.

Por mucho que se diga, préstamo, financiación, ayuda, auxilio, amparo, socorro, colaboración, salvamento y rescate, son casi la misma cosa, solo dado en distintos grados y circunstancias.

Estos pequeños matices que las distinguen han producido esta semana el material suficiente para alimentar la polémica habida con motivo del préstamo de cien mil millones de euros que dará Europa a España.

Quienes están vinculados con el derecho saben que según un principio jurídico imperante en nuestro ordenamiento, las cosas son lo que son y no lo que las partes afirman que son .Suele denominarse a esta norma interpretativa, “Principio de la irrelevancia del nomen juris”. Por tanto, pierde trascendencia jurídica la polémica sobre si fue un rescate, una intervención o un simple préstamo lo que ha ocurrido con nuestras entidades financieras. Son los políticos quienes pretenden utilizar el sinónimo que más le beneficia para su campaña simplemente. En el campo del derecho, resulta infundado el recelo ante el verbo “rescatar” que siempre fue una buena acción para salvar a los náufragos. Esto que antes era digno de elogios, es ahora, al entrar en el ámbito financiero, un mal terrible. El confusionismo terminológico resulta grande y hace que la mayoría de los españoles que no tiene ni idea de estos entramados económicos se pongan a hablar como expertos economistas.


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