Galopando, al ritmo desbocado de los días, o eso nos parece a nosotros, sin alharacas ni grandes titulares en los medios de comunicación, (que estos tienden más a husmear por todos los rincones del mundo buscando tragedias, por muy lejos que nos queden, de humanos y animales, para amargarnos las horas y el sueño), asomó su rostro dulce la primavera. También la arrumbó un poco, nos parece, celebraciones como la de los 200 años de la Constitución, la tan zarandeada, vilipendiada, loada o utilizada, según los casos, Constitución. Nos queda tan lejos aquel 1812 de su nacimiento gaditano que, aparte del loable empeño de unos pocos de que había que dar un rumbo drástico a la sociedad y a la abismal diferencia de clases, poco más sabemos. Tal vez fue ocurrencia no casual, de instituirla estando a un paso la llegada de la primavera; a ver si ese dato, infundía todos los años, cuando se conmemorara, un poco del vigor y del anual renacimiento renovador que aquélla concedía a la naturaleza. Idealismo y pragmatismo de la mano. Al menos, que esté todavía viva, con los ataques solapados o descarados que ha venido soportando desde siempre, ya es mucho.