Se sigue usando en latín como nota de distinción o clasicismo y al ordenar piezas de música clásica. Es parte del nombre de una organización religiosa muy señalada. Su traducción al español es obra: algo hecho por alguien.
Las obras, intelectuales o artísticas, forman parte del acervo cultural de muchas maneras y globalmente suelen recoger todo lo realizado por un autor o en un determinado género. Cuando su alcance o contenido es discreto se utiliza el diminutivo opúsculo, obrita.
Las obras, constructivas, han sido los elementos más significativos del paso por el Sillón de sus diferentes ocupantes en el llamado período democrático. Ningún alcalde de tronío ha desperdiciado el cargo no dejando su impronta. Esta marca, por desgracia, (y yo he colaborado con mi trabajo en alguna), suele ser costosa y se limita habitualmente a su ejecución. Es rarísimo que el dueño del pecho que portará la medalla correspondiente a la magnífica ocurrencia, se haya planteado su uso y gestión posterior, es más, lo normal es que ni siquiera esté previsto un mínimo mantenimiento para que no se arruine en un corto plazo.
Además, como los presupuestos suelen ser sucintos y discretitos, su realización se lleva adelante en fases, siendo muy corriente que solo se ejecute la primera. A veces, cuando el edificio o contenedor está implantado pero no implementado, aparece la amistad peligrosa que propone determinado nuevo destino y a él se encaminan todos los esfuerzos. O bien se desarrollan las siguientes fases con “innovaciones” que dejan de lado lo previsto en el proyecto original para la totalidad. La consecuencia es que mucho de lo realizado se desperdicia, se demuele o deja de tener sentido, lo que se resume en dos palabras: dinero tirado.
También ocurre, como hace tan poco, que un endiosado ocupante del Sillón haciendo campaña para su reelección, (y es lo único a lo que se dedica en todo el último año de cada período de gobierno, es decir, en la cuarta parte de su mandato), se lanza a la realización de numerosas y absurdas obras sin apoyo legal ni, mucho menos, sostén en las arcas públicas. Lo que provoca que todo el centro de una ciudad, (puede valer el ejemplo de Ronda), se encuentre levantado, e hipotecado para el nuevo equipo, con unas “obras” que no exigían prisa alguna ni, sobre todo, la eliminación de lo realizado pocos años antes con un gran coste, para sustituirlo por algo prácticamente idéntico a lo que había y que se encontraba en bastante buen estado. ¿ Les suena algo de lo que digo a lo que se lleva adelante en la plaza de Carmen Abela?.
Los momentos actuales no permiten alharacas haciendo grandes obras, lo que a lo mejor es una estupenda noticia. Pero sí es el momento para hacer un buen examen de lo ocurrido en los anteriores períodos y sacar conclusiones. Así se podrá escribir el tan necesitado guión con tranquilidad y sensatez, para evitar seguir dando palos de ciego o desandar lo ya andado.
Tenemos por delante la aprobación del PGOU. ¿Por qué no lo hacemos bien esta vez?. Y contando con una amplia y real participación ciudadana. La presión urbanística ha desaparecido. Ahora podemos plantearnos seriamente el futuro de Ronda: respetuoso con la herencia recibida y potenciador de la misma, capaz de proponer un futuro digno para los rondeños y de sentar las bases para generar riqueza y porvenir. El momento es crucial y no podemos desaprovecharlo. ¡No habrá más oportunidades!.
Es tiempo de opúsculos. De obritas pequeñas pero bien dirigidas y coordinadas. Poco costosas pero muy ricas en contenidos. Una enciclopedia no es más que un gran conjunto de opúsculos. Pequeñitos, casi sin importancia, (algunos no serán leídos jamás). Juntos conforman una gran obra.