“A último de noviembre, coge tu aceituna siempre”. Es lo que dicen los olivareros viejos de Antequera, la Axarquía y la Serranía de Ronda. Aprendieron el refrán de sus mayores y lo hicieron suyo hasta hoy, teniéndolo por bueno a la hora de recolectar el fruto. Como estos otros: “Agua y luna, tiempo de aceitunas” o “El vareo de San Andrés, mucha aceituna deja caer”. Aunque hay otro aforismo que desdice los anteriores: “Quien recoge la aceituna antes de enero, se deja el aceite en el madero”.
Lo cierto es que la gente del olivar, que todavía se muestran altivos, como certifica la copla andaluza, este año se ha visto obligado a recoger la cosecha antes de tiempo merced a la ausencia de lluvias, algo que se ha mostrado como un arma arrojadiza sobre ellos mismos. Eso, y que, como apunta el técnico de Asaja Baldomero Bellido, han venido las prisas, además, por el miedo a los robos – los `luneros´, o sea, los que aprovechan las sombras de la noche para asaltar los olivos y saquear los predios impunemente -, y para conseguir un aceite de mejor calidad.
Pero lo que ocurre ahora es que cabe más aceite en las almazaras, lo que ha redundado en que el valor del preciado ‘oro verde’ retroceda alarmantemente, debido a la presión ejercida para vender. Las almazaras de la Serranía, por ejemplo, son pequeñas y su capacidad de almacenamiento mínimas y, por otra parte, no hay liquidez para costear nuevos almacenes y pagar a los agricultores.
Es el dilema de siempre que azotó a la gente dedicada al agro desde tiempo inmemorial: la urgencia de dar salida a las cosechas por uno u otro motivo hace que los precios en origen apunte siempre hacia la baja, con la consiguiente consternación e impotencia de las almazaras de poco calado o de quienes se dejan la piel en los campos haga calor abrasador o frío polar.