Se nos llena la boca con Ronda, pero a la hora de gastar jurdeles, los gastamos fuera. Que a nadie le gusta tirar los cuartos es seguro, como seguro es que compramos donde los precios son más bajos. Sin embargo, en no pocas ocasiones creemos que todo lo ajeno es mejor (y más barato): nos dejamos llevar por la fiebre costero-escaparatista y acabamos pagando más por lo que nos costaría igual, o menos, en cualesquiera de las tiendas que se reparten por la calle de la Bola y sus afluentes. A las pruebas me remito.
Fue hace unos años. Se acercaba Navidad y caí en la cuenta de que todavía no había revelado las fotos del verano. En mi ordenador yacían, hacinadas, más de dos mil fotografías a la espera de un expurgo necesario y, al tiempo, doloroso, pues convendrás conmigo que con ser demasiadas, más difícil resultó desprenderse de ellas: por quemadas o movidas que estén, las fotos representan instantes vividos, y la vida es la suma de esos momentos que dejamos inmortalizados. Aun así, no me quedó otra que seleccionar las que, según mi parecer, detallaban mejor los lugares por los que anduvimos durante ocho días.
Como a tantos otros, también a mí me había dado por la foto digital. Y aproveché una oferta de Paradores para regresar a las tierras de los euskaldunes gracias a que los Paradores (otrora Nacionales) se han proletarizado sin perder el halo misterioso y tal que los define: una política tan sencilla como popularizar los precios permite a la “gente corriente” pernoctar en castillos y palacetes que hasta no hace mucho eran privilegio de unos cuantos.
En fin, que de día nos pateábamos los lugares que habíamos marcado en el mapa la noche anterior, al tiempo que yo iba disparando y almacenando las fotos en unas tarjetitas del tamaño de un sello (magia me sigue pareciendo): al regresar al hotel procedía a volcarlas en el ordenador portátil. Así que mi caudal fotográfico no tardó en alcanzar la nada desdeñable cantidad que te apuntaba: dos mil fotos que reflejaban nuestro periplo por los nortes de lo que todavía es España. Mil fotos: castillos alaveses, joyitas románicas de la frontera navarra, el inevitable Guggenheim (o como coño se escriba), y antes la Muela de Garray (que así se llama el pago donde se alza Numancia), el Peine del Viento de Chillida, el humilde busto granítico que los pamploneses erigieron en memoria de Hemingway… Todo esto conformaba un complicado conjunto que había que purgar.
Después de superar no pocas dudas, acabé eligiendo ciento dos de las dos mil y procedí a indagar por Internet los precios de revelado. Perdí varias horas fisgoneando en la Red, y lo más económico que encontré fue una “oferta” de 20 céntimos por foto. Además de no convencerme lo que se pregonaba como un chollo, no me seducía la idea de enviar mis fotos familiares a unos desconocidos. Finalmente me di un paseo por la calle de la Bola, entré en el establecimiento de siempre y pregunté precios. No esperaba que pudiese competir con los sitios virtuales de Internet, pero cuál no sería mi sorpresa cuando se me dijo que, dependiendo de la cantidad, podían revelármelas a 18 céntimos la copia, y hasta menos. Corrí a casa, volqué la selección y regresé al mismo comercio donde siempre revelo mis fotos. Me ahorré unos euros nada despreciables y contribuí, o eso creo, al mantenimiento de uno de los pilares de la economía de Ronda. Nuestra ciudad no se entendería sin sus comerciantes de la calle de la Bola: generaciones de mercaderes serios, meticulosos, correctos y de cara conocida que te sirven al tiempo que te preguntan por la salud de los niños o la cojera del perro.
Bien, pues así todo o casi todo: bajas a la Costa, compras en un edificio todoescaparate y regresas con la compra dando tumbos en el maletero por esa carretera de San Pedro, que amén de interminable resulta insufrible. Vuelves con la cara del que consiguió una ganga, pero al poco pasas por la calle de la Bola y te das de morros con lo mismo, si bien es cierto que con menos musiquillas y menos neón, y casi siempre más económico. Lo mismo que con las fotos también nos pasó con la “pleyesteichon3” y con la nueva indumentaria del Betis y con el portátil o el cepillo eléctrico… amén de los inevitables tarros de colonia.
Ronda es una ciudad de ubicación disparatada que no se explicaría sin sus comercios. La calle de la Bola es el referente comercial de la Sierra. Desconozco el número de establecimientos y tampoco sé cuántos trabajadores mantienen en nómina ni el tipo de contrato que tienen, pero nadie dudará que hostelería y pequeño comercio son los soportes primeros de la economía rondeña. De modo que urge poner unos gramos de seriedad en lo del Centro Comercial Abierto. No puede pasar un año más: APYMER y el Ayuntamiento deben ultimar un empeño que supere al nuevo logo que ahora nos presentan. Pasaron los tiempos aquellos en que un alcalde —El Alcalde— daba la espalda a Mr. Galván, sin que hayamos acabado de entender los porqué de aquellos desaires.
De modo que compra en Ronda: disfruta de la garantía que da conocer al que está detrás del mostrador. En buenas manos y a mejor precio.