Palabra talismán de todos los gurús parlanchines de la política española que la usan sin rubor ni pudor. DE-MO-CRA-CIA, pronunciada y repetida con la boca grande del populismo para confundir conciencias.
Todos la lanzan por delante con el convencimiento de que les despejará el camino. En especial el profesional de la política incapaz de prosperar en la vida si no es en el seno de algún partido y que medra riéndole las gracias al mandamás de turno hasta que, a base de zancadillas y puñaladas traperas a cualquiera que le haga sombra, alcanza el Puesto. Entonces se aferra a élla de tal modo y la pronuncia con tanta vehemencia que la mandíbula se le desencaja, y así se queda. Permaneciendo con la boca abierta porque las manos, que a modo de cazo están ocultas a la espalda recibiendo los dones del Puesto, no pueden empujar la barbilla hacia arriba.
Este personaje, (de dudosa formación y político casi desde la infancia), ya en el Puesto sufre una metamorfosis. Sin haber hecho nada provechoso antes, ni para él ni para el común, empieza a nadar en la abundancia, amasa propiedades y regenta empresas de lo más curiosas. Al menos la mitad de su familia consigue cargos, carguillos y carguetes del entorno administrativo. Fomenta el correo sin sellos recibiendo numerosos y abultados sobres. Se aficiona a viajar y comer fuera usando la Visa oficial y descubre la lubina, manjar que solo conocía por los relatos de su predecesor y mentor. Empieza a vestir trajes o vestidos de marca, a ser posible a medida, y con gran autosuficiencia a la menor contradicción suelta: ¡a mí no hay quien me gane a demócrata! o ¡no admito lecciones de democracia!, entre otros exabruptos de parecido jaez.
Ser demócrata hoy es sinónimo de bueno, de malo lo contrario. Un comportamiento, por zafio, ruin o mezquino que se evidencie, se acepta si queda englobado en el concepto demócrata, ¿o se puede ya decir conceto?.
Pues quiero ser muy claro: no soy demócrata, lo confieso. Y no es que no crea que el predominio del pueblo en el gobierno político del Estado, definición clásica de Democracia, sea el sistema más aceptable para conducir la nación, sino que hoy en España no la hay. Vivimos una degradación de aquélla conocida como DEMAGOGIA: detentación del poder por unos pocos mediante el halago al pueblo llano más elemental, desinformado e inculto, levantando sus más bajas pasiones gracias a camarillas aleccionadoras y untos. En resumen nuestra gobernanza actual es una mezcla compleja que podría nombrarse como partitoligoplutoclocracia, perdón por el palabro, muy alejada de una verdadera democracia.
Me decanto por la Aristocracia, (gobierno de los mejores), no por monárquico o por pensar que la sangre azul prevalece sobre la roja, en cualquier sentido que se le quiera dar a esos colores, sino porque lo merecemos, sobre todo ahora tras demasiados años gobernados por iletrados e incompetentes. El momento es muy difícil, tal vez el peor ya que estamos al borde del abismo. Votemos con rigor y exijamos inmediatamente las reformas necesarias para conseguir que una ciudadanía libre, bien formada e informada, con asociaciones y partidos autofinanciados y mediante listas electorales abiertas pueda conformar gobiernos austeros y diligentes, controlados por una justicia rápida e independiente. Es decir, para convertirnos en una democracia y poder ser yo demócrata y bueno.