Opinión

Bicho no subvencionado nunca muere (Lucas Gavilán)

El pasado domingo, caminaba por el carril de la Virgen de la Cabeza persiguiendo inútilmente la estela de una bocanada de aire fresco que, un sol otoñal inusualmente tórrido, apartaba de mi rostro con su ígneo látigo dorado, fustigándola y empujándola hacia las cumbres de la sierra. Allá donde no podían llegar mis anhelos de frescura.

Antes de llegar a la Casa Rúa, el influjo de la torre asomándose sobre la copa de los árboles despertó mis más atávicos miedos ocultos que, latentes, habitan también en la mente de cualquier ser humano, agazapados en ese sustrato racional que conforma el neocórtex cerebral y que, esta sociedad tecnológica, agnóstica, adocenada y alejada del pensamiento mágico, intenta ahuyentar no siempre con éxito.

Fue mientras leía bajo el frontispicio de la derruida mansión el nombre de la casa: Villa Apolo, cuando se me erizó el bello y un escalofrío recorrió mi espina dorsal. No estaba solo, el leve e impreciso murmullo de indeterminadas presencias casi sobrenaturales e irreconocibles, me inquietó sobremanera. Casi petrificado y bajo la sugestión de esa leyenda urbana que señala el sitio como paraje donde tienen lugar apariciones, sicofonías, güijas y espiritismos varios, giré mi cabeza y, conturbado y sobresaltado, vi un aquelarre distribuido en torno a una especie de círculo irregular y extraño, dentro del cual un druida exhortaba a los congregados. ¡Dios mío dónde me había metido! ¿Me convertirían aquellos extraños adoradores de Dios sabe qué oscura potencia celestial, en carne de sacrificio y ofrenda a belcebú?.

“Estás alucinando, Lucas, vuelve a la realidad, que esto, además de no estar sucediendo es también imposible”, me dije a mí mismo varias veces. Y así fue, en cuanto me recompuse, alcancé a adivinar que aquel extrañó druida que en mis desvaríos realizaba sortilegios y encantamientos, en realidad era mi compañero de columna Manuel Ramírez Troyano. ¡Vaya sorpresón! Aliviado y libre de miedos de ultratumba, me dije a mí mismo: “Bicho no subvencionado nunca muere”. Cierto es que sólo se contamina lo adocenado, lo zafio, lo engendrado al calor del artificio y el engaño; lo genuino siempre permanece. Volviendo a mi desvarío y para que nadie piense que puede haber ingerido alguna sustancia lisérgica, debo decir en mi descargo que tal vez contribuyó a reforzar el estado alucinógeno que se apoderó inexplicablemente de mi ser, la presencia en el lugar de mi amigo Desnu, cuyos cabellos encanecidos y su tez blanquecina y luminiscente como su buen corazón, en mi disparatado alucine confundí con un alma regresada del purgatorio.

Pero volviendo a lo importante, las personas de las características de Manuel Ramírez, equivocadas o no, con más o menos acierto, con mayor o menor aceptación y comprensión social, destinadas a perder siempre o a ganar en muy pocas ocasiones, permanecen siempre ahí a pie de cañón, firmes en su verde torre, fieles a unos principios y convicciones casi inalterables en el tiempo que, para ser mantenidas y soportadas sobre sus perseverantes hombros, no necesitan de subvención, nómina o prebenda alguna. Por el contrario, son muchos los arribistas, tragaldabas y advenedizos, que se acercan al mundo de la política ávidos de sustanciosa nómina, afanosos siempre de beneficio personal y sedientos de teledirigidas subvenciones o de inconfesables canonjías; éstos…. éstos casi nunca permanecen y van quedando en las lindes de los caminos arrumbados en sus endebles convicciones, en sus inexistentes idearios, en propuestas sin pies ni cabeza que cuando son llevadas a la práctica vacían las arcas municipales y llevan los ayuntamientos a la ruina.

Cuando no se tiene verdadera vocación de servicio a la sociedad, cuando se es incapaz de innovar, cuando el ideario no vas más allá del bolsillo en el que se lleva la cartera o del buen vino y el pata negra del bar de enfrente, la gran mayoría de los que un día entraron en el mundo de la política se acaban marchando o dimitiendo cuando se dan cuenta que el crédito que la sociedad les concedió se ha acabado. Un sinnúmero de políticos que ya no están engrosan la lista de los que sincrónicamente se iniciaron en la política local junto con Manuel y otras persona verdaderamente comprometidas con Ronda, y la mayor parte de ellos han ido quedando por el camino. ¿Qué fue de esas profundas convicciones de las que alardeaban en su tiempo? Pero como el pueblo, que no siempre es sabio ni suele seguir los imperativos de la lógica, les votó, y así está Ronda como está y así nos va como nos va.

Para que un pueblo se proyecte en el futuro con un mínimo de garantías de éxito, necesita de hombres y mujeres que sientan y lleven en el alma a su tierra y a sus vecinos. Un pueblo necesita de gente que haga de su tierra su compromiso vital, su forma de vida, su leit motiv, y la integren en su ser de forma homogénea y lineal, y no como una actividad binaria, separada, interesada y secundaria, sobre la que recae siempre la cortapisa de la preeminencia del beneficio personal sobre el colectivo.

Manuel, convertido el pasado domingo en druida de la defensa del Tajo y su entorno, lanzó una propuesta sobre la Casa Rúa, allí mismo en sus inmediaciones. Si mal no recuerdo dijo lo siguiente: “Que se llevaran nuestra Caja de Ahorros a Málaga no significa que parte de sus beneficios no reviertan en Ronda. En base a ello, propongo que la Obra Social de Unicaja compre estos terrenos con el fin de preservar la belleza paisajística de un entorno único”. Manuel, es una persona franca que con regularidad lanza al aire verdades, ¿servirán de algo?, no lo sé, a Anaxágoras, las autoridades del momento, que creían en la naturaleza divina del sól, le expulsaron de Atenas por decir que el astro rey no era más que un disco de fuego.

Queda pues la propuesta en el aire. No voy a entra a valorarla. Esto correspondería más bien a un segundo artículo. Mi único propósito en este artículo es dar testimonio de lo que ví y oí.


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