Opinión

Un Ayuntamiento de ida y vuelta (José Becerra Gómez)

El Ayuntamiento y la trama presuntamente corrupta que se ha fraguado en su interior es tema de conversación obligada en Ronda, la comarca, y en buena parte de Andalucía. Pero el Consistorio, los muros históricos que conforman su materialidad arquitectónica, amén de su significado para los rondeños, va mas allá de cuanto se ha venido cociendo en su interior. Pasarán las personas y sus hechos, pero la edificación, en el lugar que ocupa o que ocupará mañana, seguirá por su entidad, que se confunde con el resto de los edificios emblemáticos del entorno monumental, concediendo la singularidad que merece a la “ciudad soñada” de Rilke.

La sede municipal rondeña, hoy definitivamente asentada en la plaza de la Colegiata de Santa María, inmersa en el casco antiguo de la ciudad, a dos pasos de palacios, palacetes y casas señoriales, no siempre estuvo ubicada en este lugar. El Puente Nuevo, indudablemente la imagen más conocida de Ronda, se abrió al público con motivo de la feria de mayo de 1793 y sorprendió a propios y extraños con la magnífica combinación de ingeniería y arte, producto del talento del fecundo arquitecto José Marín de Aldehuela. Vino a unir este grandioso Tajo, la Ciudad (así se conoce su parte antigua) y el Mercadillo, fruto del ensanche actual.

A la salida del Puente Nuevo, en la plaza de España y en donde hoy dese mboca la calle Virgen de la Paz se alzó la Casa Consistorial, que hasta finales del siglo XVIII había permanecido en su lugar prístino, juzgándose que los nuevos tiempos exigían un nuevo emplazamiento. Se atendía así, seguramente al establecimiento de sedes administrativas allí en donde la población crecía en dirección al noroeste del ensanche. Luego se vería que su sitio estaba en donde se levantaba el caserío antiguo con resabios de nobleza y abolengo histórico (palacio de Mondragón, Alminar de San Sebastián, palacio de Salvatierra, Muralla y Puerta de Almocábar…), y es allí en donde hoy podemos contemplarlo. El viaje de ida y vuelta se había verificado, aunque ahora su lugar era, no el antiguo, sino el que había servido de sede a las Milicias Universitarias durante los primeros años de la posguerra hasta pasada la mitad de la centuria pasada.

La imagen del Ayuntamiento, asomado al Tajo, con su fachada de siete arcadas sobre pilares a las que correspondían otros tantos vanos adintelados y balconadas de hierro como parte del cuerpo superior, fue la que muchos rondeños y los que no lo éramos de nacimiento guardamos en nuestras retinas durante décadas. Entre otras cosas, porque las nuevas generaciones no llegamos a conocer la estampa que ofrecía cuando se verificó el primer traslado desde la Ciudad histórica. Cuentan las crónicas que el edificio sufrió serios desperfectos a causa de los enfrentamientos entre las fuerzas napoleónicas y los aguerridos guerrilleros de la Serranía de Ronda que pusieron en jaque a aquellas durante la Guerra de la Independencia. Fueron los años en que precisamente un guerrillero serrano, oriundo de Parauta, atentó contra un general galo cuando este cruzaba el Puente Nuevo, a dos pasos de la Casa Consistorial y cuando José Bonaparte, más conocido como Pepe Botella, hermano del emperador corso, (gobernó España entre 1806 y 1813), se hospedo en Ronda en el palacio de Monterrey.

El edificio, cuyos planos se debieron al arquitecto malagueño Cirilo Salinas, remodelado para albergar el actual Parador de Turismo, conserva el trazado original de su fachada. Acierto de las autoridades rondeñas, conscientes de la importancia de esta plaza y su influencia en los habitantes y visitantes de la ciudad por su estratégica situación en los límites divisorios del antiguo y nuevo casco urbano. Se echa de menos, eso sí, los antiquísimos comercios que albergaba, en sus bajos, el edificio. Eran los tenderetes de especierías y ventas de pan que conservaron hasta su desaparición el hálito decimonónico, sobre todo la carnicería en donde es presumible que se descuartizaran algunos de los toros estoqueados por Pedro Romero o el Niño de la Palma en sus tardes de gloria.


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