Como si se tratara del mismísimo Conde Drácula, José Luis Rodríguez Zapatero se dispone a yacer en su ataúd político después de haber vampirizado a los españoles durante los siete años largos, -larguísimos-, que ha durado su gobierno. A unos les chupó el cinco por ciento de su sueldo, a otros parte de su pensión, y a dos millones y medio de currantes les chupó directamente el empleo hasta dejarles en el paro y la miseria. A miles de autónomos y de pequeños empresarios les chupó el negocio, y a los que aún sobrevivimos a sus nefastos mordiscos yugulares nos deja tan anémicos que tendremos que trabajar cinco años más para poder jubilarnos, y ya veremos si para entonces cobraremos.
El peligro de la mordedura de un vampiro es que es tan venenosa que hasta te puede contagiar la rabia. Ya se lo decía Mariano Rajoy en la última sesión de control al gobierno: “Nos deja usted una herencia envenenada, con casi cinco millones de desempleados, una tasa del 21 % de paro, setecientos mil millones de euros entre deudas del estado y de las autonomías” y, en suma, la mayor ruina que se vivió en España desde los negros años de la postguerra. Así no es de extrañar que medio país ande rabioso y echando espuma por la boca ante la calamidad de un gobernante que cuando ya llevaba cuatro años en el poder aún no sabía ni cuánto costaba un café en la calle.
Aunque les costó trabajo, a Zapatero le convencieron sus propios compañeros del partido para que se metiera en su ataúd medio año antes de lo previsto, por dos razones elementales: La primera, porque ya apenas queda gente por arruinar y no merece la pena seguir en el cargo para cuatro buches de sangre mal contados; pero de la segunda, al parecer, fue más difícil convencerle… Y es que al presidente le cuesta trabajo reconocer que ya no es Batman, -aquel vampiro justiciero que en sus mejores tiempos fue el héroe de la Memoria Histórica y de la Alianza de Civilizaciones-, sino un vulgar vampiro al que Rubalcaba le robó su traje y la capa para convertirse en el nuevo capitán de los sociatas.
Nada que no se pueda arreglar con un buen homenaje, -dicen que dijeron los de la cúpula socialista-, un homenaje por todo lo alto, como se merece un presidente que permitió vivir del cuento durante años a políticos tan inútiles como la exministra Bibiana Aído, y a millares de camaradas que retozaron plácidamente como directores generales en miles de empresas públicas, agencias estatales, delegaciones provinciales, concejalías y alcaldías de ayuntamientos repartidos por media España. Pues anda que no se vive bien del cuento, cobrando a fin de mes un buen sueldo y buenas dietas, con tu chófer al volante de un Audi A6 oficial, yendo de gorra al fútbol y a los toros, y llamando gratis total por un móvil de última generación al que le coges tanto cariño que ahora, a la mayoría, les cuesta trabajo devolverlo.
Pero viendo la paliza de las pasadas elecciones municipales y temiendo más de uno verse con una pala entre las manos para ganarse el pan con el sudor de su frente y no con la del contribuyente, (como hasta ahora estaban acostumbrados); despojados del buga oficial o teniendo que pagar de su bolsillo el jamoncito pata negra y el marisquito que se zampan en las inauguraciones y en las inútiles comidas de trabajo, acordaron los sociatas quitarle a Zapatero el traje de Batman y colocar su ataúd en el recibidor de la sede general que el partido tiene en la calle Feraz, de Madrid, como homenaje perpetuo al “irrepetible” presidente de las cejas y la sonrisa simplona.
Así, cuando los camaradas pasen por la sede podrán visitar su cadáver embalsamado como antes los españoles hicieron con Franco el 20-N, o como los camaradas marxistas estuvieron haciendo con Lenin durante más de medio siglo en la plaza roja de Moscú. Algunos hijos de Pablo Iglesias le llevarán flores, otros militantes se cuadrarán ante él y llorarán de agradecimiento ante su féretro por los tiempos vividos, pero la mayoría de españolitos de a pie me temo que intentarán, -intentaremos-, clavarle una estaca en el corazón y llenarle de ajos el ataúd, no vaya a ser que reviva políticamente y vuelva a las andadas.
Pero el esperado 20-N, -ahora comprendemos el porqué de tanta causalidad-, serán también el día de las elecciones generalísimas, y cada voto en contra del PSOE se convertirá en una estaca que los desangrados votantes clavaremos en el corazón de Zapatero. Rubalcaba, el nuevo Batman de los socialistas, lo sabe bien, y por ello pretende reducir en la medida de lo posible lo que todas las encuestas pronostican ya como una abultada derrota electoral, y aunque sabe que perderá las elecciones, aspira a no perder su crédito político. El límite de la dignidad de su derrota lo ha fijado en conservar al menos 120 de los escaños socialistas en el congreso.
Una derrota “digna” le convertiría seguramente en el nuevo secretario general de los socialistas y le ratificaría como candidato para las siguientes elecciones, ejerciendo hasta entonces como jefe de la oposición durante los próximos cuatro años (-cargo en el que tampoco se vive nada mal-). Más allá es difícil imaginarse a un Rubalcaba, -que ya pasa de los sesenta-, como candidato de los socialistas, porque de no recuperar pronto el poder, más que candidato sería el auténtico “abuelo Cebolleta” de la clase política española.