Estamos, aún, a dos meses de las elecciones generales y a mes y medio de que comience la campaña electoral previa, así que no sabemos todo lo que nos queda por pasar hasta esas fechas. Porque estamos sufriendo, y lo que queda, una precampaña tan larga como infructuosa e inútil en la que no sacamos nada en claro.
Estamos viendo como los diputados y senadores dedican sus días a despedirse unos de otros. Durante cuatro años han estado lanzándose más trastos a la cabeza que buscando soluciones para los problemas de todos los españolitos, que observamos atónitos cómo han ido subiendo el nivel de ofensas de unos a otros al mismo tiempo que bajando la altura de sus debates y, por ende, de ellos. Esperpéntico que el martes la noticia del día fuera los buenos deseos del Presidente del Gobierno al portavoz en el Senado del otro grupo político y viceversa.
Aún peor que esto es la tremenda pelea a través de los medios de comunicación de los portavoces de PP y PSOE en la Diputación de Málaga por el sueldo de un chófer (cierto que 54.000 € anuales es mucho dinero) pero el tú más, no tú más, cuando tú estabas se gastaba más, no se gasta más ahora. Nos muestra la talla política de nuestros representantes, que en vez de reconocer errores propios se dedican a explotar los ajenos, como si eso fuera un logro. Y más patético la lectura que sacan los partidos del informe de educación de la OCDE, no para ver en que fallamos en enseñanza y educación, sino para sacar rédito político ante las elecciones.
Todo esto no hace otra cosa que plantearnos si realmente necesitamos esta clase política, más preocupada de mantener su puesto o de insultar al otro que de intentar sacarnos de los problemas donde ellos mismos nos han metido. Porque no nos engañemos, la culpa de esta crisis no es sólo de nuestros políticos, pero ellos también tienen su parte de culpa, además de la máxima responsabilidad para sacarnos de ellas. Para eso les votamos.