Tan mal nos tienen acostumbrados nuestros políticos, que llama la atención la dimisión de Francisco Camps como Presidente de la Comunidad Valenciana por recibir regalos en el ejercicio de su cargo. De ahí a que esos regalos sirvieran para influir y conceder favores, queda un trecho; la imaginación es libre, y que cada cual piense lo que quiera, pero creo que la mayoría coincidiremos en aquello de que “la mujer del César no sólo ha de ser honrada, sino además parecerlo”.
Posiblemente a Camps le han ayudado a dimitir desde la dirección de su partido, y eso es más noticia que la propia dimisión de presumido de Camps, que al final ha visto truncada su carrera por tres miserables trajes, por muy de marca que fueran. Y digo que es noticia que el Partido Popular apueste por la integridad moral de sus dirigentes, porque a cuatro meses de las elecciones generales, -y puede que autonómicas, también-, la decisión pone la pelota encima del tejado de los socialistas.
¿Qué debería hacer ahora el Vicepresidente del Gobierno, Manuel Chaves, por el escándalo de conceder subvenciones millonarias a la empresa donde trabaja su hija, o porque su hijo dirija un despacho desde donde se tramitan ayudas de la Junta de Andalucía a determinadas empresas? O, ¿qué debería hacer el candidato Rubalcaba por el “caso Faisán” si se demuestra que se dejó escapar a un etarra por un chivatazo desde la dirección policial que él mismo controlaba cuando era Ministro del Interior?
La decisión de Mariano Rajoy de forzar a Francisco Camps a elegir entre la dimisión, o la indignidad de reconocerse culpable de cohecho por aceptar regalos recibidos por su cargo (-lo que hubiera motivado su expulsión del partido-), es un paso en la dirección correcta que le acerca, -y mucho-, a la Moncloa. Mientras, su adversario Rubalcaba hace guiños al movimiento 15-M intentando suscitar las simpatías de los indignados, pero hasta ahora no ha aclarado ni su papel en el “caso Faisán”, ni ha exigido la dimisión de Manuel Chaves por unas ayudas económicas que se parecen mucho a meras “influencias” políticas y que acabaron beneficiando a los familiares de su antiguo compañero de gabinete.
Decía Felipe González (otro que debió dimitir en su día por el asunto de los GAL) que “en política se puede meter la pata, pero no meter la mano”. De eso se trata. Esperemos que la decisión de Mariano Rajoy de forzar la dimisión de los corruptos sirva de ejemplo y no sea un hecho aislado o se olvide tras las inmediatas elecciones. Seguros que los votantes se lo agradecerán en las urnas, ansiosos como estamos de que la dignidad de nuestros representantes esté a la altura de la dignidad de los ciudadanos a los que gobiernan.
A ver si es cierto que llegan aires nuevos a la política. Los ciudadanos esperamos algo más que un mero cambio generacional; esperamos un cambio de maneras y la recuperación de la ética en la vida pública, aunque me temo que para eso todavía queda mucho por hacer… listas abiertas, limitación de mandatos y la tan demanda “sociedad del mérito”, que se traduce en lo que ya decía la semana pasada al final del artículo: a los puestos se llega por currículo y no por amiguismo. No más recomendaciones de papá, del PP, ni del PSOE, por favor.